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ERFURT

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ERFURT

Los girasoles y las flores de lavanda. Los jardines en general y a las puertas de las casas en particular. En Erfurt el próximo año va a ser la Buga 2021, como una expo de flores o algo así, me imagino. Debe ser por eso que media Erfurt está en obras. Por un momento pienso en que podíamos haber venido el próximo año pero luego pienso que mejor así. Seguro que al año que viene hay demasiada gente por las calles y terrazas.

Los pajaricos cantando y revoloteando cerca. Ese pajarillo que se acercó a nuestra mesa el domingo por la tarde cuando, recién llegados y tras el chaparrón, nos sentamos a beber la primera cerveza alemana de este viaje.

Las ventanas abiertas, sin aires acondicionados. Hace calor, pero no es tan agobiante como el que nos cuentan que hace en Zaragoza.
Mascarilla solo en las zonas de tránsito. Las camareras te explican en un amable inglés universal que no es necesario que la lleves puesta en la mesa mientras te dejan la ficha en blanco donde reflejar tus datos para rastrear si salta algún caso de covid.
En Erfurt vemos pasar montones de tranvías pero no hace falta coger ninguno. Preferimos pasear, apartándonos todo lo posible cuando nos cruzamos con alguien. Aprovechamos este eventual y particular vacío legal que nos permite reducir el uso de la mascarilla aunque solo sea por unos días. No importa que luego duelan las piernas al subir los cuatro pisos de escalera. Cuenta L que en Erfurt apenas hay ascensores. El edificio más alto que vemos es el de la residencia de la universidad, el que inauguraron el pasado otoño. 10 pisos de altura. En ese sí que hay ascensor. Allí vive Juan Carlos. Ya lo conocíamos por foto. Nada más llegar nos encontramos con él por la calle, corroborando la teoría de que Erfurt es como un pueblo. Es fácil encontrarte alguien conocido en cuanto sales a la calle. Nos ha pasado. En estos días hemos dejado que L hiciera sus multiples despedidas de gente del Erasmus, a las que casi siempre le ha acompañado su hermano, y nosotros hemos ido por otro lado. Cada uno a su rollo. Gente joven por su lado, nosotros por el nuestro… Pues nos hemos encontrado… Como cuando estás en el pueblo en fiestas y te encuentras con tus hijos (o tus padres) sin querer pero es que no lo puedes evitar porque esta ciudad (o este pueblo) es tan pequeño…

Bicicletas. Muchas bicicletas. Aparcadas por todos lados, circulando a fuerte pedaleada o simplemente paseando sujetadas por el sillín con admirable pericia. Martha se aleja con su bicicleta, portando en la cesta la planta que L le acaba de dejar en adopción. Martha ha sido muy simpática. Esa foto que nos ha hecho a los cuatro en el Krämerbrücke seguirá en el móvil de L. Espero que cuando lea este post se acuerde de pasármela. Retiro la mirada cuando se abrazan en la despedida… todos sabemos que enseguida me solidarizo en esto de echar un llorico y el motivo lo requiere, pero no quiero unirme al drama. Debo hacer bien mi papel de madre fuerte…

Conseguir que nos pongan (¡por fin!) un café con hielo como Dios manda después de una buena comida en un restaurante alemán (y no italiano, que aquí abundan mucho) gracias al estupendo blog Cronicas Germánicas. JL es un genio buscando información absolutamente necesaria e imprescindible.

El nudo en la garganta al salir del campo de concentración de Buchenwald. Parece mentira que en medio de ese frondoso y espectacular bosque, verde verdísimo, miles de personas sufrieran la maldad extrema por parte de otras. Camino entre las vitrinas observando los objetos rescatado y/o cedidos por los supervivientes que documentan y dan una cierta idea de lo que en ese mismo lugar sucedió hace ochenta años. Busco entre mis recuerdos lo leído en algún libro o visto en algún documental o película y vuelvo a una reflexión redundante de las mías, similar a la que encontramos en una de las vitrinas… Dicen que no lo sabían pero sí que lo sabían aunque no lo quisieran saber… ¿por qué se consintió todo aquello? ¿y en la actualidad? ¿cuántas atrocidades son igualmente consentidas?…. Basta con mirar para otro lado…

Las librerías. Las librerías de niños. Las librerias que te cuentan un cuento si echas una moneda. La biblioteca. La municipal de Erfurt, a la que no tenemos claro si podemos entrar porque no entendemos el alemán (la importancia de hablar idiomas) pero sospechamos que, por la covid, no va a poder ser. La biblioteca de la duquesa Ana Amalia en Weimar. Otra biblioteca que sufrió un devastador incendio hace no tanto. Creo que me quedan unas 80 paginas para acabar El infinito en un junco. Se quedó en Zaragoza. Igual habla de ella en esas paginas que me esperan a la vuelta.

Concierto en una noche de verano. En la Domplatz. Orquesta sinfónica de Erfurt tocando en un recinto vallado al aire libre aprovechando la larga escalinata, 70 peldaños, que sube a la catedral, actualmente en obras (como media Erfurt). El escenario para la orquesta cubierto con una moderna carpa. El coro en la escalinata y separados por ese metro y medio al que ya nos hemos acostumbrado a guardar allá donde vamos. Entradas agotadas y en la pantalla de fuera solo imágenes de otros festivales. Rodeamos la valla metálica buscando ese punto muerto por el que se puede ver un cachito de escenario, lo justo para ver al director y la soprano e intuir al resto. Es como el gallinero de los antiguos teatros. Allí nos juntamos gente corriente, de cualquier edad y con una cierta pasión por la música. Pieza a pieza nos vamos animando y acabamos dando las pertinentes palmas que marcan la pieza final, la marcha Radetzki, como si volviéramos al 1 de enero, al comienzo de este extraño año. Imaginamos un 2020 ligeramente distinto, sin covid a poder ser.

UNA SEMANA DE VERANO

UNA SEMANA DE VERANO

Este verano leía una columna de Rosa María Artal con la que me sentí bastante identificada. No sé cómo me habría sentado esta lectura los otros tres veranos anteriores. Posiblemente y, depende del día que me hubiera pillado, me lo habría tomado mejor o peor, porque esto es lo que pasa cuando la vida se tuerce y no puedes contar con esas vacaciones anuales a las que, tu pequeña y acomodada vida burguesa, te había acostumbrado. Porque, da igual el motivo, incluso pueden ser varios a la vez. Lee el resto de esta entrada

SORPRESAS EN UN PASEO DE DOMINGO

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SORPRESAS EN UN PASEO DE DOMINGO

Una mañana de domingo de un invierno que más parece primavera temprana. Los paseantes cercanos a la Romareda no escuchan los goles que otros días acerca el cierzo. El Real Zaragoza juega en Córdoba y es un transistor que, casi con total seguridad, cantó el gol de Nayim, el que hoy nos anuncia esos goles que dan la victoria al equipo de nuestros amores y sinsabores por segundo domingo consecutivo. Una alegría contenida, propia del más puro corazón zaragocista escarmentado. Eso es lo que nos trae el cierzo de hoy. Lee el resto de esta entrada

RUIDO

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RUIDO

Es lo que tiene vivir en esta bendita (esto lo digo yo) y vetusta ciudad (esto lo decía nuestro querido Labordeta con quien coincido en amarla y odiarla). Y es que nos cuesta retomar la normalidad tras el descanso veraniego. Recién estrenado el otoño nos plantamos en medio de las fiestas patronales y entre vivas a la fiesta, a la virgen y a Zaragoza tenemos toda una semana por delante de festejos para llenar las calles de jolgorio y ruido… demasiado ruido.

El paseo Independencia, crisol de esa Hispanidad que también se conmemora con nuestra patrona, no sólo se manifiesta el día de las ofrendas: la de flores, más popular y exagerada, y la de frutos, Lee el resto de esta entrada

LA SONRISA DE DELE

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LA SONRISA DE DELE

Se llama Dele y desde hace bastantes meses forma parte de mi vida. Siempre, siempre que paso por la puerta (con la persiana arriba) de un supermercado del barrio, siempre está allí, como un centurión romano, franqueando mi paso, a la entrada y a la salida. Siempre, siempre permanece de pie, a veces ligeramente recostado en la pared, pero en cuanto pasa cualquiera se pone más derecho y saluda, con esa sonrisa que saca a pasear junto a sus palabras. ¡Buenos días! ¡Buenas tardes!, ¡Hola,! ¿qué tal?… Tiene la voz ligeramente ronca y ese acento africano que mi ignorancia no permite identificar el país exacto de procedencia. Lee el resto de esta entrada

S. JORGE, LIBROS Y OTRAS CURIOSIDADES

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S. JORGE, LIBROS Y OTRAS CURIOSIDADES

Me gusta abril. Me gusta que brote la primavera, que salgan días luminosos y días lluviosos, me gusta pasear, cambiar de ruta en los trayectos cotidianos y descubrir otros lugares, otros paisajes. A veces los fotografío y, a veces, simplemente los guardo en mi retina para saborearlos cuando la memoria decide traerlos de nuevo a mi mente. Me gusta Abril porque se celebra el día de Aragón y el día del Libro y es un día de fiesta. J celebra su santo y espera que le regalemos algún libro. A J todavía no le ha picado el gusanillo de la lectura, el amor a sumergirse en una historia y dejarse llevar y desear seguir leyendo, y dejar de hacer otras cosas para calmar esa ansiedad por saber cómo transcurre la vida de esos personajes o qué maravillosa frase está a punto de saltar a tu alma en cualquier momento inesperado…, pero no pierdo la esperanza. Lee el resto de esta entrada

ESOS PRIMEROS VIAJES

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ESOS PRIMEROS VIAJES

Estos días vuelve a mi memoria aquel primer (y único) viaje a Andalucía. Yo tenía dieciséis y lo hacía junto con mis compañeros de 3º de BUP celebrando el final de una etapa. Prácticamente hasta entonces nunca había salido de la provincia, salvo alguna excursión en familia y menos hasta tan lejos. Fue en autobús y, a pesar de las más de ocho o nueve horas, el cansancio apenas se notaba gracias a la ilusión por viajar con mis amigos y conocer otras ciudades. Lee el resto de esta entrada

COMO ENCARIÑARSE CON UN BARRIO

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COMO ENCARIÑARSE CON UN BARRIO

Siempre me pregunté por qué el parque infantil de la Plaza de los Sitios tenía el suelo acolchado y el del Parque Mercurio en el Barrio de San José montones y montones de tierra. Posiblemente los caros zapatos de las mamas del entorno a Isaac Peral no se pueden permitir cargar con polvo blanquecino el resto de la jornada. El caso es que ayer me acordaba de esta antigua reflexión mientras aceptaba la invitación de J de esperar los veinte minutos que nos faltaban para entrar en clase de música acercándonos al parque de la Plaza de las Chinas, en el Barrio de la Paz.

Supongo que si le preguntara cual es el parque de su vida me diría que durante el verano el «Parque de las terrazas» (el Mercurio) y durante el curso la Plaza de las Chinas, porque allí nos hemos pegado él y yo muchos raticos, los primeros años esperando a que su hermana acabara su actividad y los siguientes haciendo tiempo a que se hiciese su propia hora de acudir a las clases. Allí aprendió lo que es la paciencia haciendo fila en el columpio y me recordó que si una primavera me dio el tostón con que le ayudara a impulsarse en el columpio, ese mismo otoño, a la vuelta de las vacaciones en el pueblo, era él mismo el que ya sabía darse. Ayer volvió a guardar turno mientras merendaba (con el fondo musical inconfundible de las castañuelas repiqueteando), pero sentado, porque no le debía parecer bien que un chicarrón de doce años aguardara de pie, como intimidando, a que acabasen de hacer sus particulares acrobacias los niños, unos pocos años más pequeños, que en ese momento ocupaban los dos únicos columpios.

Es un parque peculiar. Pequeñito, encajonado entre varios edificios como si se tratara del patio interior de estas urbanizaciones particulares de los barrios más modernos. Pero tiene algo de especial y es que está en el Barrio de la Paz, esa República Independiente de esta ciudad, ese pequeño reducto como la aldea de Asterix y Obelix, siempre en lucha, siempre reivindicando, siempre movilizando.  Y me gusta el espíritu del barrio y de sus gentes. Me gusta ese empeño por mover las conciencias y por fomentar la cultura en cualquier manifestación que se tercie. Me gusta cuando organizan los Festivales de Música Celta a finales de Junio o las Charlas de Otoño (aunque luego nunca me pueda quedar a ninguna).

Desde hace más de un año los rostros de Leonardo, Isaac, Cristobal, Mahatma o Alfred nos interpelan con esas miradas de genialidad. Es un parque ideal para ver caer las hojas en otoño, para pensar… mientras te interrumpe el llanto de algún bebe que tropieza dando sus primeros pasos en un suelo acolchado, como en los parques del centro de nuestras ciudad.

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¡¡BAILEMOS!!

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¡¡BAILEMOS!!

En estos días leo varias noticias referidas al baile. La primera de ellas me cuenta que los bailarines tienen un mejor cerebro o, al menos, a esa conclusión llegan los investigadores en neurología de una escuela de medicina norteamericana tras estudiar la relación entre la práctica de actividades de ocio y la aparición de demencias seniles. La segunda noticia que leo es que Zaragoza tiene mucho swing, resumiendo un festival que hubo hace unos fines de semana en las calles del centro de la ciudad, rememorando esos bailes clandestinos de finales de los 30, como nos recuerda la maravillosa «Rebeldes del Swing» una de las pocas películas que nos sentaríamos a ver mi hermano y yo con el mismo y apasionado interés. Y la tercera es el video del último baile en la plaza que cuelgan en una red social las amigas de Laqtspera.

Este verano me encontré con un pequeño regalo dos soleadas mañanas de domingo. Baile de plaza creo que se llamaba la actividad. Así conocí la existencia de este grupo dinamizador de la cultura más sencilla, más popular y más pegada a la tierra, sea la nuestra o la que sea. Confieso que me cuesta y que no soy de las que al toque de la primera pieza me lanzo a la pista a bailar… Admiro a los que lo hacen muchísimo mejor que servidora. Siempre he dicho que, como público, soy de lo más agradecido. Pero siento la música y, al final no puedo evitar que mis pies, con o sin ritmo, empiecen a tener vida propia más allá de lo que el sentido del ridículo les pueda llegar a dictar. El regalo fue compartir con los amigos con los que iba un momento de alegría y fiesta y, además, saber que existe todavía gente valiente que se atreve, en este caso a través de la música y el baile, a tratar de que el resto nos olvidemos por unas horas de los problemas y disfrutemos del estar y del compartir. Comentándolo con A, nuestra sabia particular de la jota, me decía que iniciativas como esa era las que había que potenciar y que ella siempre mira con cierta envidia a nuestros vecinos de las tierras catalanas que, si les apetece bailar la sardana, sólo tienen que acudir el sábado por la tarde o el domingo al mediodía a la plaza de la catedral de Barcelona y unirse al corro que más les apetezca.

A ZaraSwing los conocí una mañana de sábado no sé si el pasado invierno. Paseaba por Plaza España cuando me percaté de cierto movimiento un poco extraño en torno a la Diputación. Gente joven vestida con ropa demasiado retro quizás y alguien empujando un carrito con un gran altavoz. Me dije, tate Juliette que estos montan un flashmob de esos que a ti tanto te gustan. Como no tenía mucha prisa aflojé el paso y me entretuve por los porches et… voilà! la música empezó a sonar y poco a poco se fueron incorporando parejas bailando hasta formar un grupo demasiado unido como para hacer ver que aquello era algo improvisado. Confieso que volví a casa con una sonrisa en la cara y el espíritu un poco más alegre. Por lo que leo del grupo, para ser «clandestino», está bastante organizado y comienza a tener una cierta consolidación en nuestra ciudad.

En cuanto al estudio neurológico estoy muy contenta de que hace unos años una amiga insistiera en organizar unas clases de «mamas joteras». Aquella frase que tanto se dice de que «nunca es tarde para aprender algo nuevo» la defiendo públicamente desde mi experiencia con el baile tradicional. Todos sabemos que la verdadera artista de la familia tiene otro nombre, otra edad, otro porte, otra perseverancia y muchísimas más cualidades que podría seguir enumerando pero… los buenos ratos, las risas y lo bien que me siento cuando, al cabo de los días, acaban saliendo los nuevos pasos todas las tardes de los jueves, eso… Eso no me lo quita nadie.

-Lo mejor será que bailes -¿Y que nos juzguen de locos, señor Conejo? -¿Usted conoce cuerdos felices? -Tiene razón...¡¡Bailemos!!

-Lo mejor será que bailemos
-¿Y que nos juzguen de locos, señor Conejo?
-¿Usted conoce cuerdos felices?
-Tiene razón…¡¡Bailemos!!

DESPACHO DE PAN

DESPACHO DE PAN

Sergio cerró la carnicería en el mes de agosto. El otro día pasé por el mercadillo y, cual es mi sorpresa que nos recibió con un puesto totalmente remodelado, más grande, más luminoso… cambio de aires para un nuevo año. Le felicité. En estos tiempos, ver que alguien no sólo no echa la persiana sino que se anima a mejorar y ampliar el servicio es para quitarse el sombrero. Tuvo que coger el testigo de su tío en el negocio familiar hace poco más de un año y ha decidido mimar a su clientela todo lo que pueda y me alegro, por él y por quienes acudimos semanalmente a su puesto. Recuerdo cuando era pequeña y acompañaba a mi madre a comprar al mercado, la especial complicidad que tenían los distintos vendedores y mi madre entre si. Yo, en ese momento, sólo tenía ojitos para mi madre, pero realmente, el resto de las mamas y abuelas (por aquel entonces no recuerdo muchos hombres ir a comprar) tenían esa misma relación. Comunicación, no más. Luego, cuando he empezado a elegir mis propios tenderos, me daba la sensación de que yo era muy joven y ellos muy mayores, con lo cual no llegaba a alcanzar esa misma «complicidad»… hasta ahora. De repente, me he dado cuenta que mi carnicero, mi frutero, mi pescatera y mi panadero son… ¡más jóvenes que yo!

Héctor cogió la frutería que hay cerca de mi casa hace también poco más de un año o dos. Me encanta el nombre que le puso al negocio. El de su hija pero en diminutivo maño. Mi frutero está sacando adelante a su familia ofreciendo al barrio productos de la huerta más cercana. Tomate de Utebo, Borraja de Boquiñeni, Melocotones de Calatorao, Valmuel… Cada vez que paso por la puerta de la frutería nos saludamos a través de la cristalera. Me gusta formar parte de su día a día, me reconforta pensar que gracias a mi fidelidad el puede ver crecer a sus hijos un poco más tranquilo.

Lorena, la pescatera, es una chica joven y guapa que, con su coleta estilosamente peinada y su sonrisa siempre puesta, atiende a la clientela con tanta gracia y desparpajo que, cuando sales de la tienda, llevas sardinas, chipirones, pescadilla… y unas cuantas penas de menos encima.

Raquel y su primo Paco despachan pan, amabilidad y juventud en una céntrica panadería en la calle más comercial de mi barrio. Junto con una amiga, que les ayuda los fines de semana para que ellos se puedan turnar y descansar para ir al pueblo, abrieron este «Despacho de Pan» como reza en el flamante rótulo que da nombre a la tienda. Me encanta el término. Le da un cierto aire de antes, de siempre.

El otro día leía en un periódico que corría por internet otro fenómeno viral esta vez defendiendo el consumo de productos locales, en respuesta al veto ruso a las importaciones europeas… Consiste en hacerse un selfie con una fruta en la boca. Confieso que igual que hemos visto tropecientos famosos lanzarse el cubo de hielo por encima, todavía no he visto a ninguno comiéndose un melocotón de Calanda… Posiblemente no resulte tan divertido e incluso atractivo, pero no saben lo que se están perdiendo.

En la imagen, mi selfie particular, con frutas y a lo loco.

En la imagen, mi selfie particular, «con frutas y a lo loco».

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Cuento en educación y terapia con Claudine Bernardes

Aquí encontrarás cuentos, actividades e investigaciones que promueven la educación y la terapia por medio de la narrativa. Claudine Bernardes es escritora y especialista en cuentos terapéuticos. Docente de narrativa en terapia en la Clínica Escuela del Instituto IASE con sede en Valencia, España.