En estos días leo varias noticias referidas al baile. La primera de ellas me cuenta que los bailarines tienen un mejor cerebro o, al menos, a esa conclusión llegan los investigadores en neurología de una escuela de medicina norteamericana tras estudiar la relación entre la práctica de actividades de ocio y la aparición de demencias seniles. La segunda noticia que leo es que Zaragoza tiene mucho swing, resumiendo un festival que hubo hace unos fines de semana en las calles del centro de la ciudad, rememorando esos bailes clandestinos de finales de los 30, como nos recuerda la maravillosa «Rebeldes del Swing» una de las pocas películas que nos sentaríamos a ver mi hermano y yo con el mismo y apasionado interés. Y la tercera es el video del último baile en la plaza que cuelgan en una red social las amigas de Laqtspera.
Este verano me encontré con un pequeño regalo dos soleadas mañanas de domingo. Baile de plaza creo que se llamaba la actividad. Así conocí la existencia de este grupo dinamizador de la cultura más sencilla, más popular y más pegada a la tierra, sea la nuestra o la que sea. Confieso que me cuesta y que no soy de las que al toque de la primera pieza me lanzo a la pista a bailar… Admiro a los que lo hacen muchísimo mejor que servidora. Siempre he dicho que, como público, soy de lo más agradecido. Pero siento la música y, al final no puedo evitar que mis pies, con o sin ritmo, empiecen a tener vida propia más allá de lo que el sentido del ridículo les pueda llegar a dictar. El regalo fue compartir con los amigos con los que iba un momento de alegría y fiesta y, además, saber que existe todavía gente valiente que se atreve, en este caso a través de la música y el baile, a tratar de que el resto nos olvidemos por unas horas de los problemas y disfrutemos del estar y del compartir. Comentándolo con A, nuestra sabia particular de la jota, me decía que iniciativas como esa era las que había que potenciar y que ella siempre mira con cierta envidia a nuestros vecinos de las tierras catalanas que, si les apetece bailar la sardana, sólo tienen que acudir el sábado por la tarde o el domingo al mediodía a la plaza de la catedral de Barcelona y unirse al corro que más les apetezca.
A ZaraSwing los conocí una mañana de sábado no sé si el pasado invierno. Paseaba por Plaza España cuando me percaté de cierto movimiento un poco extraño en torno a la Diputación. Gente joven vestida con ropa demasiado retro quizás y alguien empujando un carrito con un gran altavoz. Me dije, tate Juliette que estos montan un flashmob de esos que a ti tanto te gustan. Como no tenía mucha prisa aflojé el paso y me entretuve por los porches et… voilà! la música empezó a sonar y poco a poco se fueron incorporando parejas bailando hasta formar un grupo demasiado unido como para hacer ver que aquello era algo improvisado. Confieso que volví a casa con una sonrisa en la cara y el espíritu un poco más alegre. Por lo que leo del grupo, para ser «clandestino», está bastante organizado y comienza a tener una cierta consolidación en nuestra ciudad.
En cuanto al estudio neurológico estoy muy contenta de que hace unos años una amiga insistiera en organizar unas clases de «mamas joteras». Aquella frase que tanto se dice de que «nunca es tarde para aprender algo nuevo» la defiendo públicamente desde mi experiencia con el baile tradicional. Todos sabemos que la verdadera artista de la familia tiene otro nombre, otra edad, otro porte, otra perseverancia y muchísimas más cualidades que podría seguir enumerando pero… los buenos ratos, las risas y lo bien que me siento cuando, al cabo de los días, acaban saliendo los nuevos pasos todas las tardes de los jueves, eso… Eso no me lo quita nadie.
-Lo mejor será que bailemos
-¿Y que nos juzguen de locos, señor Conejo?
-¿Usted conoce cuerdos felices?
-Tiene razón…¡¡Bailemos!!