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CALIFORNIA

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Recuerdo cuando murió Diana de Gales. Estaba de vacaciones en Andorra. Despertamos en el hotel y, con la tele de fondo mientras nos aseábamos, nos enteramos de la noticia. Ese día salíamos de excursión a visitar los pueblos cercanos al otro lado del Pirineo. Recuerdo pasear por una calle estrecha y la puerta abierta de una peluquería desde la que salía la voz de la televisión francesa con la noticia del choque del coche de la princesa en aquel túnel de París. Al lado había una panadería donde entramos a comprar unas baguettes para los bocatas de ese día. Diana no pudo escapar de los paparazzi como nosotros de la noticia. Cuando murió Aretha Franklin estábamos de vacaciones en Cantabria. Era la última tarde por aquellas tierras. Al día siguiente volvíamos a casa. Paseando por el puerto de Santoña recuerdo perfectamente aquel yate desde el que sonaba su carismático «Respect», en plan homenaje, imaginé. De repente cambió el tiempo, comenzó a llover y tuvimos que refugiarnos en un restaurante cercano con olor a anchoa.

Cuando saltó la noticia de la muerte de Kobe Bryant era domingo y estaba acabando de preparar las maletas. Al día siguiente salía nuestro vuelo Barajas-Los Angeles. Esto fue el año pasado, hace justo un año. Anda que no hemos recordado veces ese viaje durante los meses siguientes. Sobre todo porque si hubiéramos elegido la opción B que era ir a ver el musical de Sting en marzo a San Francisco, lo hubiéramos tenido que cancelar. Esta vez estuvimos acertados y elegimos el sobre correcto. Nos llevamos el apartamento en Torrevieja (digo, Santa Mónica) en lugar de la Ruperta.

Del viaje a California recuerdo el altarcillo en memoria de Kobe a la entrada del Teatro Chino, donde las huellas de las estrellas de Hollywood. Como todos los turistas que ese día andábamos por allí, coleccionando estrellas, yo también encendí una vela y recé una pequeña oración por su eterno descanso. También firmamos en un libro de condolencias expuesto junto a una figura a tamaño natural del jugador. ¿Llegaría ese libro a su familia o simplemente formaba parte del decorado «turístico»? Eran los días previos a la ceremonia de los Óscar y empezaba a estar todo el Paseo de la Fama lleno de andamios por lo que no pudimos llegar a fotografiarnos junto a la estrella de Antonio Banderas. La muerte de Kobe la tuvimos presente durante todo el viaje, desde el cartel luminoso, durante el trayecto desde nuestro motel al Pier, a la altura del campo de futbol americano del High School Santa Mónica, alternando la cara de Kobe con la frase «Kobe rest in peace» a los rótulos de los autobuses de L.A. que cambiaban el número de línea por su nombre, «KOBE», en mayúsculas.

Esos días, además de que la marmota Phil predecía en Punxsutawney cuánto tiempo le quedaba al invierno, también tuvo lugar la Super Bowl. Es un país tan, tan grande que te puedes encontrar todos esos eventos a la vez. Vimos la actuación de J.Lo. y Shakira en la tele, tumbados en la cama de la habitación del motel, y luego ya salimos a dar el penúltimo paseo por el Downton and 3rd. Street Promenade buscando una hamburguesería distinta para completar nuestro particular ranking de hamburguesas. Ese día elegimos la típica, típica, con los asientos de skay rojo, las banquetas de la barra también rojas y el resto de decoración en barras blancas y rojas como la bandera americana. En el local de al lado habían sacado una tele gigante a la entrada y vimos cómo ganaban los Kansas City Chiefs. Mientras escribo esto ya no recuerdo contra quien jugaban. Lo he tenido que buscar. Como decía el gran Luis Aragonés, del segundo no se acuerda nadie. Creo que este año han vuelto a llegar a la final, aunque el entendido en la NFL es mi hermano. A nosotros lo que realmente nos gusta es el super show musical.

Del viaje a California también recuerdo el café que nos tomamos haciendo tiempo antes de entrar a la visita guiada de los Warner Studios. Recuerdo que había un dibujo colgado en la pared de un extraño músico que a mí me recordaba un poco la cara el Ecce Homo de Cecilia, la de Borja. Entramos justo cuando acababa su actuación un blues man, a guitarra y voz… No pudimos disfrutar de su música pero el café, en taza, estaba muy bueno. Luego pasamos toda la tarde recorriendo los estudios. Los almacenes y las calles con decorados familiares de películas y series. Entramos en el Club Lux con el piano de Lucifer pero sin su protagonista tocándolo. No pude evitar rozar levemente el buzón de los Johnson de Los Puentes de Madison, me emocioné con el rótulo del Bar de Rick de Casablanca, me fotografié en la mesa del presidente del Ala Oeste, hablando desde el teléfono rojo, contemplamos a través de una vitrina la guitarra de Phoebe de Friends y, finalmente, hicimos como que nos tomábamos un café en el Central Perk en el mismo sofá donde, temporada tras temporada, se sientan sus protagonistas haciéndome reír siempre que la vuelvo a ver.

En el viaje a California también fuimos carcajada en off en una de las sitcom actuales. Aquí un momento del capítulo de ese día. Tras 2 horas de cola conseguimos entrar de público en el rodaje y así conocimos celebridades como la simpática Rita Moreno, actriz secundaria en West Side Story, papel por el que recibió un Óscar, o Norman Lear, el creador de la serie original de los años 70. La de ahora es un remake y resulta que precisamente ese día se acercó a la grabación y le recibieron como si fuera el mismísimo Dios. Cosas de Hollywood.

De mi memoria rescato hoy el largo paseo desde nuestro barrio en Santa Mónica hasta Venice Beach, la ida atravesando calles y más calles con un interminable muestrario de la diversa arquitectura de casas unifamiliares de la zona y la vuelta por el paseo marítimo, con la imagen típica de gente guapa y deportista esculpiendo sus cuerpos al sol de finales del enero californiano. Ni lo sé cuántos kilómetros a pie hicimos ese día. También recuerdo los rascacielos del centro de negocios de la ciudad de L.A. ¡Menudo contraste con la imagen anterior! Y la ilusión que me hizo encontrar la biblioteca pública, un edificio con una torre muy peculiar en medio de los rascacielos, y el mal cuerpo que se me quedó cuando vi que uno de los libros que devolvían era una especie de enciclopedia de armas de fuego.

La visita a la Villa Getty en Malibú y la videollamada que hicimos desde allí a casa enseñando las Converse que me compré el día anterior en un enorme outlet. La visita ese mismo día al Getty Center, donde también me hizo ilusión encontrar expuesto un cuadro de Goya. Los almuerzos en el Rae’s Restaurant. La fila para coger el autobús que nos subía al Observatorio Griffith y la exclamación de la señora, cuando nos dimos un beso, en medio de la foto que le pedimos, con las luces de la ciudad de fondo. Esa otra señora, típica americana, compañera de asiento en el mini-concierto de Sting después del musical, queriendo ser amable y diciéndome que le encantaba mi bolso…

Cuando un maldito virus, además de arrebatarnos a demasiadas personas en todo el mundo y meternos el miedo en el cuerpo, no nos deja viajar con libertad, tenemos que tirar de recuerdos y eso es lo que he hecho yo esta tarde. Espero que os haya gustado.

ERFURT

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ERFURT

Los girasoles y las flores de lavanda. Los jardines en general y a las puertas de las casas en particular. En Erfurt el próximo año va a ser la Buga 2021, como una expo de flores o algo así, me imagino. Debe ser por eso que media Erfurt está en obras. Por un momento pienso en que podíamos haber venido el próximo año pero luego pienso que mejor así. Seguro que al año que viene hay demasiada gente por las calles y terrazas.

Los pajaricos cantando y revoloteando cerca. Ese pajarillo que se acercó a nuestra mesa el domingo por la tarde cuando, recién llegados y tras el chaparrón, nos sentamos a beber la primera cerveza alemana de este viaje.

Las ventanas abiertas, sin aires acondicionados. Hace calor, pero no es tan agobiante como el que nos cuentan que hace en Zaragoza.
Mascarilla solo en las zonas de tránsito. Las camareras te explican en un amable inglés universal que no es necesario que la lleves puesta en la mesa mientras te dejan la ficha en blanco donde reflejar tus datos para rastrear si salta algún caso de covid.
En Erfurt vemos pasar montones de tranvías pero no hace falta coger ninguno. Preferimos pasear, apartándonos todo lo posible cuando nos cruzamos con alguien. Aprovechamos este eventual y particular vacío legal que nos permite reducir el uso de la mascarilla aunque solo sea por unos días. No importa que luego duelan las piernas al subir los cuatro pisos de escalera. Cuenta L que en Erfurt apenas hay ascensores. El edificio más alto que vemos es el de la residencia de la universidad, el que inauguraron el pasado otoño. 10 pisos de altura. En ese sí que hay ascensor. Allí vive Juan Carlos. Ya lo conocíamos por foto. Nada más llegar nos encontramos con él por la calle, corroborando la teoría de que Erfurt es como un pueblo. Es fácil encontrarte alguien conocido en cuanto sales a la calle. Nos ha pasado. En estos días hemos dejado que L hiciera sus multiples despedidas de gente del Erasmus, a las que casi siempre le ha acompañado su hermano, y nosotros hemos ido por otro lado. Cada uno a su rollo. Gente joven por su lado, nosotros por el nuestro… Pues nos hemos encontrado… Como cuando estás en el pueblo en fiestas y te encuentras con tus hijos (o tus padres) sin querer pero es que no lo puedes evitar porque esta ciudad (o este pueblo) es tan pequeño…

Bicicletas. Muchas bicicletas. Aparcadas por todos lados, circulando a fuerte pedaleada o simplemente paseando sujetadas por el sillín con admirable pericia. Martha se aleja con su bicicleta, portando en la cesta la planta que L le acaba de dejar en adopción. Martha ha sido muy simpática. Esa foto que nos ha hecho a los cuatro en el Krämerbrücke seguirá en el móvil de L. Espero que cuando lea este post se acuerde de pasármela. Retiro la mirada cuando se abrazan en la despedida… todos sabemos que enseguida me solidarizo en esto de echar un llorico y el motivo lo requiere, pero no quiero unirme al drama. Debo hacer bien mi papel de madre fuerte…

Conseguir que nos pongan (¡por fin!) un café con hielo como Dios manda después de una buena comida en un restaurante alemán (y no italiano, que aquí abundan mucho) gracias al estupendo blog Cronicas Germánicas. JL es un genio buscando información absolutamente necesaria e imprescindible.

El nudo en la garganta al salir del campo de concentración de Buchenwald. Parece mentira que en medio de ese frondoso y espectacular bosque, verde verdísimo, miles de personas sufrieran la maldad extrema por parte de otras. Camino entre las vitrinas observando los objetos rescatado y/o cedidos por los supervivientes que documentan y dan una cierta idea de lo que en ese mismo lugar sucedió hace ochenta años. Busco entre mis recuerdos lo leído en algún libro o visto en algún documental o película y vuelvo a una reflexión redundante de las mías, similar a la que encontramos en una de las vitrinas… Dicen que no lo sabían pero sí que lo sabían aunque no lo quisieran saber… ¿por qué se consintió todo aquello? ¿y en la actualidad? ¿cuántas atrocidades son igualmente consentidas?…. Basta con mirar para otro lado…

Las librerías. Las librerías de niños. Las librerias que te cuentan un cuento si echas una moneda. La biblioteca. La municipal de Erfurt, a la que no tenemos claro si podemos entrar porque no entendemos el alemán (la importancia de hablar idiomas) pero sospechamos que, por la covid, no va a poder ser. La biblioteca de la duquesa Ana Amalia en Weimar. Otra biblioteca que sufrió un devastador incendio hace no tanto. Creo que me quedan unas 80 paginas para acabar El infinito en un junco. Se quedó en Zaragoza. Igual habla de ella en esas paginas que me esperan a la vuelta.

Concierto en una noche de verano. En la Domplatz. Orquesta sinfónica de Erfurt tocando en un recinto vallado al aire libre aprovechando la larga escalinata, 70 peldaños, que sube a la catedral, actualmente en obras (como media Erfurt). El escenario para la orquesta cubierto con una moderna carpa. El coro en la escalinata y separados por ese metro y medio al que ya nos hemos acostumbrado a guardar allá donde vamos. Entradas agotadas y en la pantalla de fuera solo imágenes de otros festivales. Rodeamos la valla metálica buscando ese punto muerto por el que se puede ver un cachito de escenario, lo justo para ver al director y la soprano e intuir al resto. Es como el gallinero de los antiguos teatros. Allí nos juntamos gente corriente, de cualquier edad y con una cierta pasión por la música. Pieza a pieza nos vamos animando y acabamos dando las pertinentes palmas que marcan la pieza final, la marcha Radetzki, como si volviéramos al 1 de enero, al comienzo de este extraño año. Imaginamos un 2020 ligeramente distinto, sin covid a poder ser.

VACACIONES

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VACACIONES

Hace unos días, más de una semana ya, que volví de ese viaje que dejaba intuir en mi anterior post. Aterrizaba de nuevo, ahora ya en casa, quizás un pelín menos pálida y bastante más relajada, a pesar del cansancio del viaje. Las vacaciones llegan cuando llegan. No todo el mundo puede disfrutarlas en verano y, en nuestro caso, este año así ha sido. Las hemos disfrutado pasadas las navidades y cuando el año siguiente ya llevaba unas semanas de andadura. Y si esto no era motivo suficiente, al descanso laboral hemos sumado una celebración pendiente, la de nuestra Reluna de Miel, colofón de aquella Reboda que sí celebramos en su momento, al comienzo del pasado verano.

No sé si en la mente de nuestros amigos, cuando decidieron regalarnos «una experiencia», estaba aquel post que escribí hace ya más de cinco años. Lo que sí puedo decir es que, en la nuestra, en nuestra mente, se convirtieron en la mismísima lámpara de Aladino y, lo que en abril era una idea descabellada, poco a poco fue tomando forma a lo largo de los meses.  Una buena amiga me dijo algo así como que los viajes se viven tres veces: cuando se planean, cuando se realizan y cuando se recuerdan…. Así que a ello vamos, a por la tercera fase, la de recordar.

La verdad es que nunca habíamos planeado viajar a California. Nos conformábamos con conocer aquella cultura a través del cine y poco más, pero resulta que al Sr. Sting se le ocurrió protagonizar su musical por aquellas tierras y dijimos ¿y por qué no?. Me gusta pensar que la cara de asombro, y también de alegría, de nuestra gente cuando les dijimos el destino de su regalo nos ha proporcionado algo así como una energía positiva para disfrutar este viaje en todos los sentidos y para que todo nos haya resultado perfecto. El vuelo bien: nuestras maletas siempre controladas, aduana sin problemas, horarios dentro de lo correcto… Alojamiento también bien,  un motel sencillo, limpio y de acuerdo a nuestras posibilidades económicas. ¿Y la gente? Bastante amable, también. Nuestro primer contacto, la persona con la que primero tuvimos que interactuar, fue el agente de aduanas, un señor yo diría de origen filipino que se esforzó en todo momento por hablar español y sonreir mucho. Yo me lo tomé como su manera particular de darnos la bienvenida a USA. Eso me lo apunté. Cuando vea que se complica la comunicación sonreiré mucho. Funcionó.

Las señoras asiáticas que regentaban el Donut King, madre e hija en mi cabeza, también sonreían mucho. A sus clientes siempre. Entre ellas había momentos en que se decían de todo, pero yo veía buen rollo entre ellas. Nunca olvidaré sus vocecillas cantarinas mientras repetían los pedidos. El Donut King lo descubrimos nuestra primera mañana en Santa Mónica, camino del Pier (el muelle desde el que vimos por primera vez el océano Pacífico) y a escasos diez minutos andando de nuestro motel. El Donut King estaba al lado de un Starbucks al que nos resistimos a entrar hasta el último día en el que, y por no hacerle un feo, ya que pasábamos todos los días por la puerta, surgió tomarnos el último café americano mientras hacíamos tiempo antes de devolver el coche a la casa de alquiler y abandonar el país a través de la puerta de embarque del aeropuerto. El Donut King era un local bastante particular. En principio parecía un local de take-away al que luego habían decidido añadir, para aliviar la espera de sus clientes mientras preparan los pedidos, una mesa y sillas que tenían por casa y otras que habían rescatado de la basura de la reforma de algún local cercano de comida rápida. Mucha gente entraba a por sus cajas de donuts, como si fuera una pastelería, pero unos carteles invitaban a degustar gran variedad de sándwiches a la plancha que estaban espectaculares. También me encapriché con esos zumos que han puesto de moda las celebrities y me quedaba fascinada mientras metían a la máquina zanahoria, apio, fresas, manzana o lo que les pidiese y luego sellaban con plástico el vaso para que resultase más fácil tomarlo por la calle. Allí aprendimos lo que luego vimos en el resto de cafeterías que conocimos, que el tema de la leche y el azúcar funciona en plan self-service. La verdad es que era difícil encontrar cafeterías donde te sirviesen el café en taza. Aún así, las encontramos. La mayoría utilizan los vasos de plástico o de cartón, opción muy poco sostenible con la que la vocecilla de Greta asomaba por mi oreja impidiéndome disfrutar uno de mis momentos preferidos del viaje: el momento desayuno en el Donut King. A lo largo de la semana tuvimos la oportunidad de desayunar con las risas de las adolescentes del Santa Mónica High School haciendo los deberes en el último momento y contándose sus cosas; con la charla de unas mujeres que bien podrían ser Salma y Pe, eso sí,  vestidas como si fueran a rodar con Almodóvar (cero glamour), hablando de sus países y contándose si volverían o no; con aquel tipo en skate y americana que me recordaba ligeramente a Billy Crystal; con el señor afroamericano que entraba y saludaba bromeando familiarmente con las dueñas como si fuera el mismísimo Will Smith… ¡Oh, yeah!

(To be continued)

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TEORIA DE LA RELATIVIDAD

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TEORIA DE LA RELATIVIDAD

Durante un viaje largo pongamos, por ejemplo, un vuelo de unas doce horas, aprendes a relativizar un poco más todo. Para empezar, desconectas el móvil y ya no te entran más mensajes en el WhatsApp, lo cual te hace caer en la cuenta de que tú tampoco vas a poder dar noticias. Aunque quieras, no vas a poder. Los que dejas en casa tendrán que esperar todo ese tiempo que tardes en llegar a destino y vuelvas a tener datos (si la nueva tarjeta funciona). Ahora entiendes un poco más a tus hijos cuando esperas ansiosa noticias de sus viajes. ¿Te entenderán también ellos a ti?

Todo son dudas. ¿Pasaremos el control de la aduana? Te gustaría contestar, si te preguntan por la profesión, que eres escritora. Pero no puedes. En su día rellenaste el ESTA con la profesión con la que realmente te ganas la vida. ¿Llegaremos al hotel sin contratiempos? Comienzas a notar turbulencias y al final por megafonía una voz las anuncia y te pide que te abroches el cinturón. Miras por la ventana y las nubes siguen allí. Si no fuera por el ruido de los motores dirías que el avión permanece suspendido en el cielo pero quieto, sin moverse. Apenas se notan a la vista esos montículos aéreos que imaginas en tu ignorancia. En ese momento eres consciente de cuántas cosas desconoces todavía. «Tu que eres tan guapa y tan lista…», canturreas mentalmente.

En un viaje tan largo da mucho tiempo para meditar. Recuerdas las últimas semanas en las que tratabas de mantener un cierto equilibrio entre tu vida cotidiana y los preparativos del viaje. En Zaragoza hace un frío genuinamente invernal. Estamos en enero, es lo normal. Sin embargo en destino se espera un clima más cálido. Comienzas a hacer una lista con el equipaje que vas a necesitar. Los más cercanos te preguntan días antes si ya tienes las maletas hechas. Tu piensas que no físicamente, pero sí mentalmente. Esa es una de las muchas ilusiones del viaje.

Vuelves a mirar por la ventanilla y ahora el sol está rojizo. ¿O será la luna? Vuelves a caer en la cuenta de que eres una auténtica ignorante, así que tus pensamientos vuelven a terreno conocido. Piensas en los que quedaron en tierra. Amigos y familiares con enfermedades varias, algunos pendientes de operaciones o tratamientos. Deseas para todas esas personas queridas una pronta cura. Tampoco eso está en tu mano. Y vuelves a relativizar. Recuerdas un último consejo de todas esas personas que te desean buen viaje. «Disfruta, vive el momento. Devuélvele esa sonrisa a la vida, ahora que la vida te sonríe». Nunca sabes cuándo puede volverte nuevamente del revés. Mira Kobe…

Vuelves a mirar por la ventanilla y ahora todo es oscuro. Tenuemente se vislumbra en el horizonte una ligera raya rojiza. Intentas captarla con la cámara del móvil pero no se aprecia. Sólo la ves tú y ahora, en este instante. Tratas de retenerla en tu memoria. Miras el reloj y solo han pasado cuatro horas desde el despegue. Un tercio de viaje hecho. Intentas no pensar en lo que queda. Una jornada laboral. Eso es lo que queda. Y entonces vuelves a relativizar. Maldito Einstein, piensas.

EinsteinRelatividad

 

OBRIGADO

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OBRIGADO

Y mayo se me escapó, como se me escapa casi siempre el tiempo. Mayo es uno de mis meses preferidos y no sólo porque sea mi cumpleaños o el día de la madre, o porque celebremos los finales de curso con festivales, graduaciones y torneos diversos, o porque siempre haya algún acontecimiento familiar que sirva de excusa para reunir a la gente que queremos. También es el festival de Eurovisión. Cuando era pequeña, uno de los mejores momentos familiares que nos daba la televisión, además del programa especial con las campanadas de Fin de Año, el Un, Dos, Tres, responda otra vez de los viernes y las tardes de domingo con La Casa de la Pradera era aquel sábado de mayo en el que todos cruzábamos los dedos, nerviosos, delante de la tele, durante las míticas puntuaciones de Eurovisión. Lee el resto de esta entrada

LA VIDA ES UN VIAJE (O ESO DICEN)

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LA VIDA ES UN VIAJE (O ESO DICEN)

Nunca he subido al castillo de Arnedo, sin embargo, me gusta cuando se perfila en el horizonte conforme nos vamos acercando por la carretera. Significa que hemos llegado a destino. Desde hace ya bastante tiempo, es un viaje que tenemos que hacer con una cierta frecuencia. Arnedo no es ni tan siquiera el pueblo de nadie… quiero decir, de nadie de mi familia. Simplemente es el lugar donde ahora vive una tía muy anciana y a la que, cada cierto tiempo, vamos a visitar. Cuando era pequeña y viajaba en coche me mareaba. Lee el resto de esta entrada

UNA SEMANA DE VERANO

UNA SEMANA DE VERANO

Este verano leía una columna de Rosa María Artal con la que me sentí bastante identificada. No sé cómo me habría sentado esta lectura los otros tres veranos anteriores. Posiblemente y, depende del día que me hubiera pillado, me lo habría tomado mejor o peor, porque esto es lo que pasa cuando la vida se tuerce y no puedes contar con esas vacaciones anuales a las que, tu pequeña y acomodada vida burguesa, te había acostumbrado. Porque, da igual el motivo, incluso pueden ser varios a la vez. Lee el resto de esta entrada

VIAJAR ES VIVIR

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VIAJAR ES VIVIR

El trayecto Madrid-Zaragoza se pasa volando en el AVE y más si te pierdes en las nubes que asoman por la ventanilla cuando al de delante no le da por bajar la cortinilla. Por la hora me entra un poquito de sueño pero en mi cabeza escribo mentalmente este post, con mi propia voz y no con la de Najwa Nimri. Esta misma mañana, echando la mirada Cuesta Moyano abajo, recordaba que era viernes y que no tenía nada escrito para publicar. Lee el resto de esta entrada

RECUERDOS DE VERANO

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RECUERDOS DE VERANO

El otro día, cuando fuimos a buscar al abuelo al Centro de Día, los chicos repararon en un colorido mural que nos saludaba desde el pasillo. Lo habían realizado los ancianos que residen allí de manera continua en los apartamentos tutelados y recogía los recuerdos que tenían de aquel verano especial que permanecía en su memoria. Lamentablemente, nuestro abuelo ya no ha podido participar en esa actividad. No sabemos si le queda algún recuerdo en esa cabecica. Lo único que sabemos, con una certeza que ahoga, es que está perdiendo, a una velocidad difícil de asumir, sobre todo para los que más le queremos, su capacidad para comunicarse y, por tanto, hacernos saber cuáles son esos recuerdos que todavía mantiene. Lee el resto de esta entrada

HUYENDO DE LA CALOR

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HUYENDO DE LA CALOR

Juliette se ha vuelto viajera. Así, sin avisar, sin hoja de ruta previa. Sin buscar fechas libres, ni vuelos, ni horarios… ni mucho menos alojamiento. Sin preparar maleta ni pensar si en el destino hará frio o calor. Creo que se enteró de las previsiones meteorológicas de estos días en Zaragoza y dijo «yo este calor no lo aguanto y, es más, ¡me marcho con lo puesto!»

Juliette empieza a ser como Willy Fogg y cantando (como me ha emocionado escuchar a Amaya Uranga regalando su voz a la adorable Romy) cruza el charco y se planta un día en Argentina.

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GEOPOL 21 antig

Medio de análisis de la geopolítica global

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Cuento en educación y terapia con Claudine Bernardes

Aquí encontrarás cuentos, actividades e investigaciones que promueven la educación y la terapia por medio de la narrativa. Claudine Bernardes es escritora y especialista en cuentos terapéuticos. Docente de narrativa en terapia en la Clínica Escuela del Instituto IASE con sede en Valencia, España.