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TEORIA DE LA RELATIVIDAD

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TEORIA DE LA RELATIVIDAD

Durante un viaje largo pongamos, por ejemplo, un vuelo de unas doce horas, aprendes a relativizar un poco más todo. Para empezar, desconectas el móvil y ya no te entran más mensajes en el WhatsApp, lo cual te hace caer en la cuenta de que tú tampoco vas a poder dar noticias. Aunque quieras, no vas a poder. Los que dejas en casa tendrán que esperar todo ese tiempo que tardes en llegar a destino y vuelvas a tener datos (si la nueva tarjeta funciona). Ahora entiendes un poco más a tus hijos cuando esperas ansiosa noticias de sus viajes. ¿Te entenderán también ellos a ti?

Todo son dudas. ¿Pasaremos el control de la aduana? Te gustaría contestar, si te preguntan por la profesión, que eres escritora. Pero no puedes. En su día rellenaste el ESTA con la profesión con la que realmente te ganas la vida. ¿Llegaremos al hotel sin contratiempos? Comienzas a notar turbulencias y al final por megafonía una voz las anuncia y te pide que te abroches el cinturón. Miras por la ventana y las nubes siguen allí. Si no fuera por el ruido de los motores dirías que el avión permanece suspendido en el cielo pero quieto, sin moverse. Apenas se notan a la vista esos montículos aéreos que imaginas en tu ignorancia. En ese momento eres consciente de cuántas cosas desconoces todavía. «Tu que eres tan guapa y tan lista…», canturreas mentalmente.

En un viaje tan largo da mucho tiempo para meditar. Recuerdas las últimas semanas en las que tratabas de mantener un cierto equilibrio entre tu vida cotidiana y los preparativos del viaje. En Zaragoza hace un frío genuinamente invernal. Estamos en enero, es lo normal. Sin embargo en destino se espera un clima más cálido. Comienzas a hacer una lista con el equipaje que vas a necesitar. Los más cercanos te preguntan días antes si ya tienes las maletas hechas. Tu piensas que no físicamente, pero sí mentalmente. Esa es una de las muchas ilusiones del viaje.

Vuelves a mirar por la ventanilla y ahora el sol está rojizo. ¿O será la luna? Vuelves a caer en la cuenta de que eres una auténtica ignorante, así que tus pensamientos vuelven a terreno conocido. Piensas en los que quedaron en tierra. Amigos y familiares con enfermedades varias, algunos pendientes de operaciones o tratamientos. Deseas para todas esas personas queridas una pronta cura. Tampoco eso está en tu mano. Y vuelves a relativizar. Recuerdas un último consejo de todas esas personas que te desean buen viaje. «Disfruta, vive el momento. Devuélvele esa sonrisa a la vida, ahora que la vida te sonríe». Nunca sabes cuándo puede volverte nuevamente del revés. Mira Kobe…

Vuelves a mirar por la ventanilla y ahora todo es oscuro. Tenuemente se vislumbra en el horizonte una ligera raya rojiza. Intentas captarla con la cámara del móvil pero no se aprecia. Sólo la ves tú y ahora, en este instante. Tratas de retenerla en tu memoria. Miras el reloj y solo han pasado cuatro horas desde el despegue. Un tercio de viaje hecho. Intentas no pensar en lo que queda. Una jornada laboral. Eso es lo que queda. Y entonces vuelves a relativizar. Maldito Einstein, piensas.

EinsteinRelatividad

 

ENERO

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ENERO

Enero empezó triste. Los días de navidad no cuentan. Una cosa es navidad en la que parece que estés obligado a sacudirte la tristeza sea como sea y otra es enero, el de la cuesta. Enero, aunque me dé por contarlo desde Reyes, se me hace largo, muy largo. Será por el frío, por la falta de luz o por lo que sea, pero a mí se me antoja un mes eterno. Como decía, comenzó triste. Desayunar una buena mañana con que una de tus librerías preferidas echa la persiana no ayuda. ¡Qué culpa tendré yo de que a los demás les dé por comprar los libros en Amazon! A mi me sigue gustando comprar libros de papel y me sigue gustando perderme por las librerías, tocar, oler, descubrir, elegir varios títulos, acercarme al mostrador donde esperan discretamente Félix o Eva, quien esté en ese momento, y que me cuenten sus impresiones o yo contarles cómo es la persona a la que quiero regalar un libro… Ya me cerraron el Pequeño Teatro, ahora los Portadores… Estoy enfadada. Enfadada y triste.

Luego la enfermedad, vestida de cáncer nuevamente. Y una vez más tras dos caras queridas. Las dos, ella y él, un poquito más mayores que yo, pero poco, cincuenta y pico. Pienso en ellas y en que, de repente, se ven obligadas a hacer un parón en sus rutinas diarias para centrarse en otras rutinas mucho más complicadas y duras. Yo entiendo esas ganas de normalizar una enfermedad que, mal que nos pese, está cada vez  más extendida y que para eso, nos dulcifiquen el panorama con estudios y artículos que intentan sacar cosas positivas de los tratamientos pero también hay que ser realista y reconocer que hace falta mucha fuerza para afrontar el día a día de convivencia con la enfermedad. Para ellas mi comprensión, mi amor más profundo y toda la fuerza del mundo.

Y no sé si por ser conocedora de estas historias, la del sueño truncado de ganarse la vida con un proyecto tan bonito (porque Portadores era mucho más que una librería) y la de estas personas cercanas y queridas a las que la enfermedad les cambia completamente la vida, que yo me aferro a la mía con más ganas que nunca. Por eso saboreo cada encuentro, cada vermouth dominguero o cena en torno a un pan casero y unos quesos, cada café compartido, cada concierto de música, cada nacimiento y cada fiesta de cumpleaños. Y también disfruto los paseos madrugadores al curro, abrigada hasta las cejas, cuando me sorprendo escuchando los pajarillos que cantan, al pasar por esas calles que huelen a barrio de toda la vida. Y disfruto las últimas páginas de aquella historia que me tiene atrapada desde hace meses (yo y mi lectura slow). Y disfruto, y me río, y me emociono, con los diálogos entre  Norman y Sandy en el Método Kominsky, apuntando mentalmente algunas de sus reflexiones para que me ayuden a entender todo lo bueno y malo que tenga que llegar.

QUERIDA GLORIA

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QUERIDA GLORIA

No recordaba que yo era glorista, pero lo soy. El libro de Gloria Fuertes – Antología de poemas y vida, editado por la maravillosa Blackie Books,  me lo ha recordado. Y me gustaría pensar que ya no soy la única en casa. El otro día oigo a L: «Me voy un rato con Gloria«… En ese momento confieso que no le hago mucho caso… «¿Con Gloria? ¿Quién es Gloria?… Será alguna chica del instituto… Tras dos años, todavía me pierdo con algún nombre», pienso mientras continúo con lo que sabe Dios que estuviera haciendo en ese momento.

Por la noche, comparte conmigo sus pensamientos. No entiende por qué nadie le ha hablado de Gloria Fuertes en las clases de lengua y literatura. Acaba de descubrir su vida y su obra devorando el libro que deambula por nuestro comedor y le parece tan interesante (o más) como puedan ser los autores, en su gran mayoría hombres, que ha conocido por obra y gracia del temario de este curso. Salvo honrosas excepciones, siguen siendo muchas las grandes olvidadas.

Como nadie le ha hablado de Gloria le hablo yo. Le cuento que a finales de los setenta, cuando servidora era una niña de 9 ó 10 años, no había tele por la mañana, sólo carta de ajuste y que la tele de casa todavía era en blanco y negro. Le cuento que los niños de entonces, en invierno, cuando el frío y nuestras madres no nos permitían jugar en la calle, merendábamos delante de la tele viendo Un globo, dos globos, tres globos y que, por eso, Gloria era alguien cercano y familiar. Como si fuera la tía Gloria, esa tía simpática y bonachona que siempre vestía chalecos de colores o corbatas enormes, que nos invitaba a sentarnos alrededor de su mesa camilla y que nos contaba cuentos sencillos llenos de poesía y verdad. Con Gloria, por ejemplo, me hice pacifista, ecologista y hasta un poquito cuentista.

QUINIENTOS KILOS
La ballena azul
nació en el Mediterráneo…
Nadando, nadando
cruzó el ancho Estrecho
y llegó una mañana
a la costa africana.
Se quedó en la costa africana
porque le dio la gana.
La robaron del mar,
que era su dueño,
y la pescaron los noruegos.
Sólo su corazón pesaba
media tonelada.
La ballena azul
estaba enamorada.

 

DEJARSE QUERER

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DEJARSE QUERER

Hay momentos en la vida en los que hay que dejarse querer y de eso te haces consciente cuando, por ejemplo, llega y te pilla el catarrazo, la gripe o lo que quiera que cada uno tenga. Cuando parece que ya el invierno se atreve a decirnos adiós porque, de repente, te das cuenta y agradeces, ¡vaya que si agradeces!, no tener que encender las luces de tu casa tan temprano. Cuando te enfrascas en febrero pensando que ya te has librado pero… ¡no, no, no! al final sucumbes a los ataques climáticos de la ciclogénesis explosiva y caes, sin remedio, en ese letargo que te proporciona una congestión monumental acompañada de dolores musculares y una suerte de cansancio permanente que sólo te permite hacer…. nada. Porque, por mucho que te empeñes y pienses que puedes con todo… No, no puedes.

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Aquí encontrarás cuentos, actividades e investigaciones que promueven la educación y la terapia por medio de la narrativa. Claudine Bernardes es escritora y especialista en cuentos terapéuticos. Docente de narrativa en terapia en la Clínica Escuela del Instituto IASE con sede en Valencia, España.