Archivo mensual: septiembre 2014

FOTOS DE GRUPO

FOTOS DE GRUPO

Me gusta guardar fotos de grupo. No sé, me hace sentir que pertenezco a algo, que en algún momento he formado parte de un curso, de una celebración familiar, de un evento deportivo, de una excursión… Siempre momentos felices, momentos con personas queridas, momentos importantes.

Guardo fotos en albumes, cajas, sobres, discos duros… Con las fotos me pasa como cuando buscas algo por toda la casa y te encuentras miles de cosas menos justamente lo que buscabas, pero al recuperar esos objetos que ni recordabas haberlos guardado, te acercan a algún momento, algún instante vivido que lo hizo merecedor de conservarlo aunque fuese en el fondo de aquel cajón. A veces también ocurre que la distancia del tiempo posiblemente te haga recapacitar y, según la importancia que le des a ese recuerdo en tu propio ranking de memoria, decidas volverlo a dejar en su sitio o directamente mandarlo a la basura. Sí, he llegado a ese momento de la vida en que, material y físicamente, es imposible guardar todo. Por mucho que nos duela, hay que desprenderse de ciertas cosas. Pero me da miedo, parece como que si guardas una prueba o una pista de aquello que fue, conseguirás recordarlo siempre.

Hace poco una amiga de la niñez, ahora en la distancia, me mandó por whatsapp una foto del recuerdo de mi boda, un cuenquito de cerámica con nuestros nombres y la fecha. A un taller de Fuentes de Ebro nos fuimos a encargarlos… no sé ni como llegamos allí… quizás alguna feria o alguien nos dijo, el caso es que allí nos los hicieron… nunca más hemos vuelto. Era una manera de decirme que, a pesar de que hace ya unos cuantos años que no nos vemos, seguimos acordándonos la una de la otra.

El otro día, cuando volvía con L del concierto de Dani Martín, me comentaba entusiasmada que iba a guardar la entrada para siempre. Un día de estos le enseñaré mi cajita con todas las entradas que guardo: Presuntos… Dire Straits… Labordeta, La Bullonera… Pablo Milanés, Silvio… Víctor Manuel, Ana Belén, Serrat, Miguel Ríos… Sting… Celtas, Ixo… Gloria Estefan, Bebo, Juanes… Amaral… las entradas de la Expo con los días marcados de Dulce Estrella, DianaJuan Luis… Julieta y Juan Perro en Pirineos Sur… algunos musicales… los conciertos de Fin de Año que aquí los hacen para el día de Reyes… Las primeras, en la era A.I. (Ante Internet) eran super chulas, muy artísticas, con logos, serigrafías, fotos… y la tinta se mantiene intacta. Las últimas, P.I., las de cajero automático, son más sosas y la tinta se difumina poco a poco.

En estos últimos días, hablando con distintos amigos, un tema recurrente: La triste, pobre y lamentable programación musical de las próximas Fiestas del Pilar. Bueno, quizás los veinteañeros de ahora dentro de otros tantos años recuerden aquel concierto que dio Kiko Rivera & Company como lo más de lo más pero… permítanme que lo dude. Rebuscando en mi cajita de las entradas he vuelto la vista atrás… El último concierto que dio la banda DIRE STRAITS fue un 9 de OCTUBRE de 1992 en la Romareda de ZARAGOZA, y yo estuve allí.

 

UN PASO MÁS

UN PASO MÁS

«Dime: ¿este o este otro?…. Mmmmmmm… ¿Este?» Su fruncimiento de cejas me hizo sospechar que no era esa la respuesta correcta… o, al menos, la que J esperaba («este» era el coche que le parecía más bonito pero, a su vez, era el que todo el mundo tenía).  Ese día el coche en cuestión era el de un videojuego.  Hace unos años, era un cochecito en el escaparate de la juguetería y dentro de otros tantos podría ser que viniera con catálogos de concesionarios, por seguir con el símil. En cualquiera de los tres casos, seguramente los padres casi nunca acertaremos con la respuesta que quieren nuestros hijos, pero me gusta pensar que lo importante es que sigan teniendo esa confianza en preguntarnos. Llegar a eso es complicado, lo sé, pero hay que intentarlo y, sobre todo, trabajarlo, sin duda.

J empieza estos días secundaria y, aunque su hermana se empeñe en manifestar una y otra vez que lo ve demasiado pequeño para dar ese paso, es inevitable. La edad y las circunstancias son las que son y, por mucho que no estemos de acuerdo, hay ordenes que no se pueden cambiar. De todas maneras, debería ser yo la que se resistiera a que a «mi chirriquitín» le empiece a salir pelo y granos sin piedad (que pena, con lo majicos que son de pequeños) y le cambie la voz… pero nada más lejos de la realidad. Me encanta verlos crecer  y siempre he dicho que procuro (y lo consigo sin ningún esfuerzo) disfrutar de todas y cada una de sus etapas… incluso la de la adolescencia. Muchas veces, siempre de broma, en casa decimos que la típica-adolescencia-rebeldía que no nos está dando L («de momento»… me gusta ser cauta con todas estas afirmaciones) nos la va a dar J, pero creo que no (… mi optimismo desbordante, una vez más).

Y paso a paso tendremos que ir adaptándonos a pequeños cambios, muchas veces luchando contra lo que la sociedad se empeña en imponernos y otras luchando contra nuestros propios miedos. Lo de ir a clase con los compañeros y no de mi mano ya lo hizo el curso pasado y, en este caso, él y su pequeño grupo ya le llevan esa delantera a casi todos los niños-as de su curso. A cambio, el resto de los niños-as le llevan la delantera a él en cuanto a lo de tener móvil propio… cosas de mantener distinto criterio a la hora de educar a nuestros hijos, por lo visto. En cualquier caso, una labor difícil pero siempre, siempre, apasionante.

Aún así, ser madre de dos adolescentes tiene su índice de peligrosidad. De momento ahí seguimos, comiendo en la mesa de la cocina y sin tele. Confieso que me encanta ese momento, aunque se quiten la palabra el uno al otro para acaparar mi, ya de por si, dispersa atención. En realidad no considero que sea falta de atención sino, más bien, sobredosis de información. Claro, luego, al cabo de los días, me amonestan con un «si ya te lo dije…» haciéndome sentir la peor de las madres. El año pasado, como no comía con ellos, acumulaban toda la información para la tarde y cuando me la soltaban en el coche, conduciendo, todavía no sé como no hemos tenido ningún accidente, la verdad. Nuestro ángel de la guarda, seguro.

 

Os dejo un regalo, una canción que lo dice todo. Espero que os guste.

 

 

DESPACHO DE PAN

DESPACHO DE PAN

Sergio cerró la carnicería en el mes de agosto. El otro día pasé por el mercadillo y, cual es mi sorpresa que nos recibió con un puesto totalmente remodelado, más grande, más luminoso… cambio de aires para un nuevo año. Le felicité. En estos tiempos, ver que alguien no sólo no echa la persiana sino que se anima a mejorar y ampliar el servicio es para quitarse el sombrero. Tuvo que coger el testigo de su tío en el negocio familiar hace poco más de un año y ha decidido mimar a su clientela todo lo que pueda y me alegro, por él y por quienes acudimos semanalmente a su puesto. Recuerdo cuando era pequeña y acompañaba a mi madre a comprar al mercado, la especial complicidad que tenían los distintos vendedores y mi madre entre si. Yo, en ese momento, sólo tenía ojitos para mi madre, pero realmente, el resto de las mamas y abuelas (por aquel entonces no recuerdo muchos hombres ir a comprar) tenían esa misma relación. Comunicación, no más. Luego, cuando he empezado a elegir mis propios tenderos, me daba la sensación de que yo era muy joven y ellos muy mayores, con lo cual no llegaba a alcanzar esa misma «complicidad»… hasta ahora. De repente, me he dado cuenta que mi carnicero, mi frutero, mi pescatera y mi panadero son… ¡más jóvenes que yo!

Héctor cogió la frutería que hay cerca de mi casa hace también poco más de un año o dos. Me encanta el nombre que le puso al negocio. El de su hija pero en diminutivo maño. Mi frutero está sacando adelante a su familia ofreciendo al barrio productos de la huerta más cercana. Tomate de Utebo, Borraja de Boquiñeni, Melocotones de Calatorao, Valmuel… Cada vez que paso por la puerta de la frutería nos saludamos a través de la cristalera. Me gusta formar parte de su día a día, me reconforta pensar que gracias a mi fidelidad el puede ver crecer a sus hijos un poco más tranquilo.

Lorena, la pescatera, es una chica joven y guapa que, con su coleta estilosamente peinada y su sonrisa siempre puesta, atiende a la clientela con tanta gracia y desparpajo que, cuando sales de la tienda, llevas sardinas, chipirones, pescadilla… y unas cuantas penas de menos encima.

Raquel y su primo Paco despachan pan, amabilidad y juventud en una céntrica panadería en la calle más comercial de mi barrio. Junto con una amiga, que les ayuda los fines de semana para que ellos se puedan turnar y descansar para ir al pueblo, abrieron este «Despacho de Pan» como reza en el flamante rótulo que da nombre a la tienda. Me encanta el término. Le da un cierto aire de antes, de siempre.

El otro día leía en un periódico que corría por internet otro fenómeno viral esta vez defendiendo el consumo de productos locales, en respuesta al veto ruso a las importaciones europeas… Consiste en hacerse un selfie con una fruta en la boca. Confieso que igual que hemos visto tropecientos famosos lanzarse el cubo de hielo por encima, todavía no he visto a ninguno comiéndose un melocotón de Calanda… Posiblemente no resulte tan divertido e incluso atractivo, pero no saben lo que se están perdiendo.

En la imagen, mi selfie particular, con frutas y a lo loco.

En la imagen, mi selfie particular, «con frutas y a lo loco».

CON LA A…

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CON LA A…

«Arriba, mi niña, que te esperan los libros y ya queda menos para los exámenes» Se quejaba Raquel de que le había despertado su madre a las siete de la mañana para ponerse a estudiar esos exámenes de recuperación con los que, algunos estudiantes, dan por finalizado un verano duro del que hubieran prescindido gustosamente de la tortura de cargar con los libros de texto en la maleta.

Y así es… como yo le decía: las madres nos creemos unas cheerleaders a tiempo completo. Todo el día, todos los días del año, jaleando y animando, pompones en mano, no ya a los hijos sino a toda la familia en general.

Hace unos días, viendo a L bailar con su grupo folclórico por primera vez, me preguntaba si habría llegado a ese escenario si yo le hubiera hecho caso hace unos nueve o diez años cuando, cansada del curso, del esfuerzo y del compromiso, se quejaba de que ya no quería seguir haciendo jota y «que la borrara». La verdad es que, en este caso, creo que fue la única vez que me lo pidió. No me lo puso muy difícil. Sólo tuve que sacar los pompones unos cuantos días, hasta la vuelta de vacaciones en la que ya se le había olvidado el cansancio y no puso trabas a volver a hacer esa actividad. Lo de levantarse por las mañanas para ir al colegio es otra cosa… Allí si que hay que tener los pompones a mano y jalear con todo tipo de argumentos los beneficios de asistir al colegio con una cierta continuidad.

Mientras son pequeños, entre que nuestros pompones son nuevos y nuestras energías frescas, el asunto resulta mucho más sencillo. Cualquier argumento, por muy incoherente que resulte en ese momento, vale. Pero, ¡ay, cuando se hacen mayores! El tema se complica. Contraatacan, a veces, con una retórica que para sí la quisieran muchos de nuestros diputados en las tediosas sesiones de congreso. Pero nosotros, adultos y, por lo tanto, con una cierta «mili acumulada», no podemos (ni debemos) darnos por vencidos a la primera de cambio.

Con esto no quiero desanimar a nadie, al revés (y vuelvo a sacar mis pompones, recién lavados aunque, quizás se me fue la mano con el suavizante, *guiño-guiño*). Simplemente me gustaría animar, a los que tenéis hijos pequeños, a que seáis constantes con ellos y no os dejéis desarmar a la primera de cambio, aunque estéis cansados, haya sido un día duro en la oficina o estéis hasta el gorro de andar con vuestro hijo de aquí para allá (yo, en las esperas de actividades, he tenido conversaciones maravillosas con personas que luego incluso se han convertido en amigas o momentos de lecturas y reflexiones o, simplemente, he aprovechado para completar la lista de la compra semanal). Y, a los que tenéis hijos más mayores, escuchadles, comprendedles, compartid con ellos vuestras propias reflexiones y, si llega el momento, dejadles equivocarse pero siempre teniendo a mano esos pompones recién lavados (y si no, compráis unos nuevos, que no cuestan tanto) para seguir animándoles y jaleándoles hasta el final del partido o el final de la meta.

En la imagen, grupo de mamis animando a sus chicos en la puerta del cole cada mañana.

En la imagen, grupo de mamis animando a sus chicos en la puerta del cole cada mañana.

 

Posdata 1: A Raquel, Alba, Jorge, Silvia… ¡Ánimo con esas recuperaciones! Que se note el esfuerzo del verano y… ¡por favor!, no les volváis a dar a vuestros padres otro veranito como este… (*guiño-guiño*)

Posdata 2: ¡Que oportuna esta entrada! Con la polémica de los «comentarios machistas» del speaker en el Mundial de Basket… En el Basket Cai Zaragoza ya tenemos chicos en el conjunto de las-los cheerleaders y, sinceramente señores, que estamos en 2014… Y los speakers que filtren un poco sus pensamientos antes de lanzarlos por el micrófono porque siempre habrá susceptibilidades que herir.

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