Cada estación tiene sus olores y sus colores y, cuando llega esta época del año, me da por recordar aquel fin de semana en Luesia. Mi amiga A era una de las dos maestras del pueblo y siempre dice que allí pasó de los mejores años de su vida. Y me puedo hacer una idea de que así fue.
Recuerdo, sobre todo, el típico olor de las estufas de leña que en los pueblos, y más en éste, en las puertas del Pirineo, impregna el ambiente de buena mañana y cuando el sol se esconde… Aquella comida. Quiero recordar que la hicimos en lo que sería el recreo de las escuelas del pueblo, aprovechando el calorcito del sol del mediodía y el espacio. Imposible montar dentro del pequeño «apartamento» de la maestra la mesa larga donde juntar a toda la pandilla de amigos.