Archivo mensual: octubre 2017

LA AMIGA ESTUPENDA

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LA AMIGA ESTUPENDA

«Los libros nos salvan la vida y nos ayudan a sobrellevar los momentos más duros.» Lo decía Rosa Montero en otra de sus maravillosas columnas este pasado domingo. Repentinamente, tengo que pasar toda la mañana en el hospital, acompañando a un ser querido en un episodio más de su larga enfermedad, así que refuerzo mi mochila de supervivencia con el libro que espera su turno desde hace unas semanas en mi rincón de los papeles y las cosas pendientes. Es «Patria», el aclamado libro de Aramburu que, seguramente, muchos de los que leáis este post, ya habréis digerido. Sin embargo, tengo una sensación extraña. Hace dos días que acabé otro libro de esos que atrapan e, incluso, diría yo, subyugan y no me parece el tiempo suficiente de reposo para dejar que otra historia comience a deambular por mi cabeza mientras cocino, mientras camino de un trabajo a otro, mientras limpio… mientras hago cualquier otra tarea cotidiana de esas forzosas y obligatorias que anteponemos al delicioso placer de sentarnos a leer.

Recuerdo que mi querida Paula, una de mis periodistas y escritoras favoritas (tengo unas cuantas, ya lo sabéis), me animaba hace unos post a contar mis lecturas de verano. Siento que ese tiempo ya ha pasado y no es porque no las recuerde, no. El requiem por un campesino español de Sender, Oculto Sendero de Elena Fortún o Los besos del Pan de Almudena Grandes, son libros difíciles de olvidar.  Pero en este momento me apetece mucho más escribir unas cuantas sensaciones de lo que ha sido mi lectura de la historia de Lila y Lenù, protagonistas de «La amiga estupenda», el libro de Elena Ferrante que, curiosamente, me recomendó una buenísima amiga (y busco otro adjetivo para no reiterar el del libro). Mi amiga, que me conoce muy bien, sabía que Juliette acabaría escribiendo sobre su recomendación. Quizás porque, cuando me habló de la autora, convencida de que ya la conocía, le confesé que no, que no me sonaba de nada. Era así, aunque tampoco es de extrañar. Resulta que el nombre en cuestión es también un pseudónimo, como Juliette Tourmalet. Solo que ella (o él) se ha cuidado muy mucho de seguir guardando el anonimato, rayando ya en el misterio, por lo que se desconoce qué persona, de carne y hueso, se esconde detrás de la tal Elena Ferrante. Al final, ese pequeño detalle acaba siendo irrelevante ya que la propia historia de las protagonistas habla por sí sola. La vida y andanzas del autor pasan a un segundo plano. No me interesa en absoluto. Ya sólo me interesa las historias que puede llegar a contar y, en este momento sobre todo, me interesa mucho más cómo va a continuar esa historia de las dos niñas-adolescentes que acaban de entrar en mi vida. Las niñas que viven, crecen y sienten en un barrio humilde y pendenciero del Nápoles de los cincuenta. Para mi tranquilidad, hay dos libros más de la saga que, afortunadamente para mí, ya he comprobado que también los podré encontrar en la biblioteca de mi barrio.

Ha sido un libro que he saboreado y paladeado desde la primera a la última página. Leemos como vivimos y a mí, ahora, me sale leer en modo slow: Sentarme en mi lado del sofá, con una buena luz, a poder ser sin ruidos de fondo de teles y demás y acabar leyendo reposadamente tan sólo 10 ó 20 páginas porque el tiempo o el sueño no me dan para más. Pero recuperar la historia en cualquier otro momento y con gran facilidad, por lo que decía antes, porque los personajes siguen estando en mi cabeza a lo largo del día. Porque me descubro en alguno de los muchos sentimientos de la narradora y, sin querer, vuelvo a la Juliette que vivía en un barrio obrero de la Zaragoza de los ochenta. El de las acequias cruzando las calles, sin tapar, y el de La Granja empezando a cambiar su original fisonomía de esa «granja» que le da nombre por lo que ahora conocemos: el parque, los colegios, las piscinas…

Realmente, no ha sido la lectura del libro lo que ha removido estos recuerdos que ahora fluyen de mi cabeza, si no escribir… Y es que, ya lo decía también doña Rosa (Montero): «Uno no escribe para enseñar nada, escribe para aprender, para intentar poner un poco de luz en las tinieblas de lo que somos.» Así que gracias, Elena Ferrante, quien quiera que seas, por escribir una historia como la de «La amiga estupenda». Y gracias a mi amiga, por recomendarme su lectura.

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