Estas últimas semanas he llegado a la conclusión de que me encuentro en un momento muy zen. No sé si es cuestión de actitud o que me estoy haciendo mayor… o que por primera vez en mucho, mucho tiempo, no vivo corriendo, con lo cual sospecho que eso influye también bastante. Y confieso que me está gustando, la verdad.
Hace una semana conocí la noticia de que este pasado lunes se realizaba el primer concierto homenaje de la Fundación José Antonio Labordeta. El evento tuvo que cambiar de lugar debido a la masiva demanda de invitaciones que se produjo nada más sacarlas en taquilla. Normal, Labordeta es querido y recordado en esta tierra como nadie y todo homenaje es poco para tener presente su amplio legado. El viernes por la mañana me enteré que volvían a repartir invitaciones, esta vez en la Sala Multiusos del Auditorio y, como el paseo desde mi casa, por el Parque del homenajeado, me encanta allá que me fui por caminar un rato (momento zen 1) y, si la fila no era muy larga, probar a conseguir alguna entrada. En poco rato ya tenía las entradas en mi bolsillo, no sin antes haber charlado un ratillo con los abueletes de la fila que, inevitablemente, me recordaron un montón a mi padre. Si él viviera fácilmente habría hecho la misma fila. Toda una cadena de recuerdos: Labordeta, además de por muchas otras cosas, permanecerá en mi memoria porque escasamente con un mes de diferencia se marchó precediendo a mi padre. Pequeños detalles les unían: misma generación, el origen rural, ese inconformismo declarado, el gusto por las cosas sencillas, de la tierra, las coplas… cada uno a su manera. Mi madre me contaba que ellos tuvieron la suerte de asistir a un homenaje en vida que se le hizo unos meses antes de que ambos comenzaran a padecer los peores síntomas de la enfermedad que se los llevó.
El concierto fue sorprendente y emotivo. Sorprendente porque descubrí canciones que no conocía, como Sueños del poeta Pablo Guerrero. Escuchándola (momento zen 2) supe que quería escribir este post aunque solo fuera por compartir con quien me lea las palabras de este sencillo (pero que lo dice todo) poema hecho canción:
Los sueños vuelan alto como pájaros Los sueños ven la tierra desde arriba Los sueños tienen ojos transparentes Los sueños iluminan, los sueños iluminan. Los sueños son posibles, los sueños son posibles, los sueños son… posibles. Tus sueños descienden como lluvia Tus sueños acuden si los llamas Tus sueños viven más que tu vida Tus sueños se instalan en tu casa, se instalan en tu casa Tus sueños son posibles, tus sueños son posibles, tus sueños son… posibles. Los sueños están en los bolsillos de los trajes usados y los besos los sueños eligen las miradas que en el futuro van a ser verdades, van a ser verdades. Los sueños son posibles, los sueños son posibles, los sueños son… posibles. Tus sueños son posibles, tus sueños son posibles, tus sueños son… posibles.
A Silvia Pérez Cruz, cantando Gallo Negro, Gallo Rojo de Sánchez Ferlosio, ya la conocí cuando cantaba con Las Migas y, desde entonces, cuando suena por la radio o YouTube, paro a escucharla, no lo puedo evitar. Nunca la había escuchado en directo… Uno de los grandes momentos hipnóticos de la noche.
A pesar del gran número de artistas que participaron en el homenaje, tampoco voy a hablar de todos y, lo siento, nunca me ha gustado ser sexista, pero por sensibilidad y rasmia, mucha rasmia, fueron las mujeres las que ganaron por goleada a los chicos en este partido. Ya en la parte más emotiva, no puedo dejar de contaros como Beatriz Bernad (acompañada a la guitarra por el músico argentino Alberto Gambino) hizo una versión de A varear la oliva, del propio Labordeta, que puso los pelos de punta a más de uno, a mi la primera. Por favor, que alguien cuelgue en YouTube la grabación de Beatriz porque un momento tan mágico como ese es necesario que se comparta con mucha más gente. María José Hernández (y al piano Sergio Marqueta) nos regalaron dos canciones del Abuelo: Guárdate y La Vieja (momento zen 3). María José podía permitirse el lujo de cantar dos (o las que quisiera) en este homenaje, acaba de recuperar en su nuevo disco Las Uvas Dulces aquellas canciones menos emblemáticas pero genuinamente auténticas del cantautor. Y por último Carmen, nuestra Carmen, la París, con una Albada a voz y percusión, como Juan Palomo, que nos dejó con esa lagrimilla que todos sabíamos que tarde o temprano iba a hacer acto de presencia en cualquier momento.
Siempre te recuerdo Viejo…