Hoy me encuentro en una terrible disyuntiva. Tengo cocinada una entrada amable, en la tónica que está tomando este blog que empecé un poco por probar: reflexiones que nacen de vivencias sencillas, con la única pretensión de coger práctica en esto de escribir, sin buscar nada más. Pero la voy a dejar para la próxima semana porque, en mi eterna lucha por tratar de llevar una vida mínimamente coherente, recordando mi primer post dije que alguna vez hablaría de política, y la verdad es que no me estoy mojando nada de nada. Sinceramente, no es por falta de ganas pero es que, cuanto más leo, cuanto más escucho, menos entiendo. Por lo tanto, me da miedo opinar, porque llega un momento en que ya no sé qué pensar.
Con el bombardeo al que nos someten en los medios de comunicación siento que es una especie de barrenamiento sistemático de todo. Según qué cadena pones el ataque a unos y otros es siempre lo mismo pero no veo ideas que realmente den luz y esperanza. Sólo quejas y excusas (en un acto de rebeldía sin precedentes, me niego a reproducir el sin fin de frases hechas que todos ya nos sabemos y que escuchamos y utilizamos en nuestras charlas cotidianas hasta la saciedad).
Que sí, que tenemos motivos más que de sobras para la queja, para el cabreo y para la rabia, pero me parece que todo se queda en eso, en una pataleta momentánea y luego cada uno para su casa y a seguir con nuestras vidas: los que tienen trabajo a conservar lo que tienen, sean las condiciones que sean, y los que no, a buscarnos otras faenas que nos hagan creer que no estamos en esta vida solo de paso. Porque los que de verdad lo están pasando mal, los que de verdad sufren, los que de verdad tienen motivos fundados y reales para quejarse, bastante tienen con sobrevivir.
Sinceramente, con los continuos casos de corrupción que están saliendo y la pertinaz postura del gobierno de no dar la cara (porque la moda que puso JuanCar de salir a pedir perdón con carita de pena no me digáis que no suena a pitorreo puro y duro, vamos), claro que da la sensación de que lo único que se hace es ocultar la porquería debajo de la alfombra. Y ante esto, los ciudadanos tendríamos que unirnos en una gran marea multicolor y salir a la calle para decirles que ya está bien, que basta ya, pero nada… Creo que las últimas escaramuzas de unos pocos, los más valientes, los más rebeldes, convocando marchas, rodeando el congreso, fueron el pasado invierno ¿Y para qué? Para nada… Estamos cansados, aletargados… las redes sociales son esos cuidados paliativos de una sociedad cada vez en estado moral más terminal (y cuando digo moral me refiero tanto al estado anímico como a la ética, los valores). Siendo optimista, me da por pensar que no es eso, que estamos en un momento de tregua con la esperanza puesta en ese nuevo partido político nacido de las, ya históricas, acampadas en las plazas cuyo líder tiene nombre de, también histórico, socialista (tienen guasa sus padres). Pues me gustaría pensar que sí, que sus intenciones son todo lo buenas que dice y trato de mirarle a los ojos cuando le entrevistan, buscando esa sinceridad, esa honestidad tan añorada en política, pero es que estamos tan escarmentados… y tan impacientes…
Estos últimos días estoy pensando que, en realidad, la vida tiene que ser esto: Una eterna lucha entre lo que pensamos y lo que luego hacemos. Que siempre ha habido clases y crisis y que el género humano nunca aprende de los errores. Al parecer, la Historia así nos lo cuenta: a pesar de la evolución, seguimos tropezando en las mismas piedras una y otra vez y la Justicia, los derechos humanos fundamentales y universales, sólo son una utopía que, sin embargo, es el motor para que el mundo siga girando.
Genial Quino