LA REVOLUCIÓN DE LOS CUIDADOS

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LA REVOLUCIÓN DE LOS CUIDADOS

Paseo por el centro de mi ciudad. Hace una mañana espléndida. Hace tan buena mañana que, en mi búsqueda de un regalo para un cumpleaños que se acerca, me despisto y acabo buscando la sombra de los tilos. Siguen pelados. Imagino que pronto empezarán a salir esas hojitas que anuncian la primavera y que, en cuestión de semanas, acabaran por cubrir todas las copas para regalarnos esa sombra con la que aliviar el calor del verano. ¡Qué ganas de buen tiempo! Qué ganas de cambiar de ropa y guardar los abrigos para la próxima temporada. Qué ganas de sacar las sandalias y dejar de lavar calcetines. ¿Hay algo más tedioso que tender calcetines? Creo que no. Al menos yo, a estas alturas del invierno, no encuentro otra tarea que menos me guste . Así lo siento y lo manifiesto.

En mi paseo me encuentro con un grupito escolar. Son muy pequeños. Calculo que son de primer ciclo de primaria. Los comparo con L y acabo convencida de que sí lo son. L, hoy, es el hijo de mi amiga M. A falta de sobrinos carnales, reparto mi cariño entre las hijas y los hijos de mis amigos y a L le quiero mucho. También se hace querer, las cosas como son. Me resulta difícil separarme del grupito ya que se despierta en mí esa vena protectora, al verlos tan pequeños, hasta que caigo en la cuenta de que los tres adultos que les acompañan lo tienen bien organizado. Observo que caminan por parejas y de la manita. Como son impares, hay un trio. No se sueltan de la mano en ningún momento. Pienso en la charla que habrán tenido previamente en el aula sobre que deben cuidar de su pareja, sin soltarse de la mano, y así evitar que alguien se pierda. Me hubiera gustado acompañarles más rato pero nuestros caminos no siguen la misma ruta. Acabo de recordar que el objetivo de mi paseo es ese regalo.

Poco a poco, mi paseo me va transformando. Ese pensamiento sobre los cuidados que nos enseñan desde la más tierna infancia. Ese grupito de locos bajitos, como cantaba Serrat, me hace pensar en la aventura que habrá supuesto salir de la seguridad del colegio para caminar por el centro de la ciudad, entre tantos gigantes desconocidos. Sin embargo iban la mar de contentos y tranquilas. Hablando y sin acordarse para nada de sus mamás y sus papás que seguro estarán más nerviosos por esta primera excursión al museo.

Yo siempre he sido una madre bastante confiada. Mis hijos alguna vez me recuerdan que, en alguna ocasión, incluso demasiado. En un viaje a Valencia, les dejé unos minutos al cuidado de un taxista, mientras recogía el equipaje del hotel y ese momento, al parecer, les pareció una eternidad. Un trauma dicen que tienen. Pasan los años y yo sigo con mi argumento de que, como buena hija de taxista, confiaba plenamente en aquel señor. Y ahora, tras ver al grupito en parejas, pienso que, de una manera inconsciente, también les dejé esos minutos solos para que se cuidaran entre si. Me gustaría que, cuando lean esto, piensen en ello. En lo de cuidarse mutuamente, aunque imagino que será el tiempo el que les haga caer en la cuenta.

A mí poco más me queda ya que enseñarles. Y, aunque al principio haya expresado que no me gusta tender, recoger, zurcir y guardar limpios los calcetines en el cajón, ahora caigo en la cuenta que hacerlo también es cuidar. Como tantos pequeños actos que hacemos al cabo del día.

BUSCANDO A JULIETTE

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BUSCANDO A JULIETTE

Estoy leyendo ¡Esa luz! de Carlos Saura. No sabía que también escribía pero la casualidad ha hecho que llegue este libro a mis manos y con él ando estos días. Me hace ilusión homenajearle con esta nueva (para mi) faceta artística.

Comienzo a leer las primeras páginas y me digo a mí misma que por eso soy pacifista, por todas las historias sobre cualquier guerra que he leído. No sé qué lecturas habrá tenido Putin en su vida, por eso, no logro entender esa guerra suya contra Ucrania. Yo leo historias como la que estoy leyendo y, con que tengas un poquito de humanidad, entiendes que las guerras son un sinsentido. Todo ese sufrimiento, empezando por la población civil, no tiene ninguna justificación. ¿Qué necesidad? Digo yo. Pero el caso es que así estamos, un año de guerra llevamos y sin ningún propósito de que vaya a acabar.

Pues estas cosas rondan por mi cabeza estos días y, como hace tanto que no me paso por aquí, no sabía muy bien cómo retomar este blog. Tampoco sé si seguiré mucho por aquí. Depende del resto de cosas que vayan pasando por mi cabeza, porque la escritura, un poco, también va de eso, de escribir lo que se nos pasa por la cabeza. Luego está el filtro de saber si tal o cual historia puede interesar a alguien, pero eso es tan relativo. Volviendo a Putin, y según mi razonamiento, él seguro que no ha leído los mismos libros que he leído yo. Eso, o no tiene humanidad, que también puede ser. El caso es que cada persona tira por unas lecturas y no por otras y así traduce su vida. También con las películas, las series y todos los distintos entretenimientos con los que vamos pasando los días y los años.

Hablando del tiempo que pasa. Casi ya dos años que no me pasaba por aquí. Tampoco he tenido mucho que contar. O sí, pero bueno, ahí se queda. Muchas veces pensaba que ya había contado todo lo que tenía que contar y que era mejor dejar el blog como quien guarda un viejo cacharro en el desván en lugar de tirarlo. Algo así he hecho estos años con este blog. Pero hoy, mi profesor de pilates ha dicho que él va a las rebajas del trastero y recupera un pantalón de hace años (él, que puede y que, al parecer, se mantiene en las mismas medidas que hace años) así que me ha recordado este viejo blog y me he venido al trastero a quitarle un poco el polvo y a probármelo otra vez, a ver qué tal me queda.

En realidad, no. Lo de escribir de nuevo, se me ocurrió ayer, leyendo. Me parece que es más lógico, pero el símil del profe de pilates me ha venido a la cabeza y me ha hecho gracia ponerlo por aquí.

Ha pasado tanto tiempo que el entorno de wordpress, donde tengo alojado este blog, ha cambiado un montón y me está costando un poco encontrar las cosas. Es lo que pasa con el tiempo que, poco a poco y a la chita callando, nos va cambiando el paisaje. Pero me siento exploradora, así que me encasqueto el salacot y los prismáticos y allá que voy. Llevo ya más de 500 palabras que es lo que solían durar estos post, tipo columna de periódico, así que aquí os lo dejo. Espero que os guste.

QUERIDO HIJO

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QUERIDO HIJO

Creo que fue Manuel Javois quien dijo que tener un hijo es como tener siempre algo al fuego. Lo clavó. Y no pienso sólo en hijos pequeños. Me vale igual con hijos totalmente adultos y, si no, que se lo pregunten a mi madre que, cuando J le contó que «ya se había sacado el bachiller», textualmente le contestó: «Me alegro mucho por ti, pero casi me alegro más por tu madre», o sea, yo, su hija. Por si me quedaba alguna duda, mi madre volvió a verbalizar una certeza que empiezo a ver clara: el «sufrimiento» por los hijos no acaba nunca… y, en justo equilibrio, las alegrías tampoco.

Querido J, hoy cumples 18+1. Lo pongo así por todo lo que significa. Tu entrada a la mayoría de edad no cumplió las expectativas que nos marcan las series americanas o las stories de Instagram. Y no todo fue «culpa de la pandemia» pero, en mi afán por enseñaros que hay que seguir mirando para adelante y que de nada sirve reconcomerse y buscar siempre culpables para todo, obviaremos los detalles. A veces la convivencia no es fácil y tú lo estás comprobando estos últimos años, desde que entraste en ese terreno pantanoso denominado adolescencia y que tanto nos cuesta reconocer y comprender a quienes pasamos por ella hace demasiados años.

Me preguntabas si estaba orgullosa de ti, cuando yo siempre he tratado de explicarte que no hagas las cosas por los demás, sino por ti mismo. ¡Pues claro que estoy orgullosa! Pero no solo porque hayas conseguido aprobar unas cuantas asignaturas, a pesar de todo lo que te aburría estudiarlas, sino por la persona que eres y el adulto que llegarás a ser. Y eso lo sé porque, poco me cuentas de lo que vives en clase pero, sin embargo, cuando vuelves de los entrenamientos con los chavales y me cuentas cómo ha ido, intuyo lo mucho que te importan, aunque te desesperes porque les cuesta aprender las jugadas que tratas de enseñarles. Estás aprendiendo, a base de tu propia experiencia, lo que los padres tratamos de inculcaros, que la vida requiere en ocasiones de mucho esfuerzo para conseguir llegar a lo que nos proponemos. Tú estás en el camino de saber a dónde quieres llegar y sólo de ti depende valorar y decidir cuánto esfuerzo le vas a dedicar. Como deseaba y escribía por aquí hace unos años, sé que en esta etapa has encontrado profesores y personas que pueden llegar a ser buenos referentes para ti. Ahora despiertan tu admiración. Estoy segura que dentro de muchos años, cuando eches la vista atrás, los recordarás con cariño. Por eso es importante que sigas formándote y sigas aprendiendo, por las personas que te van a ayudar y acompañar en ese camino. Nosotros, los padres, ya poco podemos enseñarte. Bueno, cuando seas más mayor me negarás esta afirmación que acabo de poner, pero ahora seguro que estás de acuerdo.

De momento, disfruta de tu doble celebración, la de tu cumpleaños y la de tu final de bachiller. Atrás quedaron los años en que, tal día como hoy, me ponía morada de cocinar coulants de chocolate para celebrar tu cumpleaños en la piscina. Mientras te imagino con un cubata en la mano (y mascarilla, no se te olvide la mascarilla) y bailando al ritmo de la música que suene esta tarde, siendo el alma de la fiesta, yo probablemente me siente en la hamaca de la piscina comunitaria con un te helado y repase mentalmente todos los cumpleaños pasados, celebrados no hace tanto. Seguramente en mi cabeza también suene alguna canción.

MAYO

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MAYO

Mayo siempre me ha parecido un mes muy bonito. Todo florece y se llena de colores intensos y luminosos. El sol baña de luz y calor nuestros días que, ahora sí, son definitivamente más largos e intensos. Apetece mucho más salir a leer un buen libro al balcón, pasear por los parques, salir al monte, a la playa… Además, para mi, es un mes de celebración. Primero el día de la madre, celebración tremendamente especial, homenaje a la maternidad. Sin maternidad no hay vida, así de sencillo. La maternidad es el origen de la historia humana. Si alguien no te ha hecho crecer en su vientre no naces, no existes, no vives. Por eso creo que el amor que se experimenta como hijo o hija hacia la madre, y viceversa, es, además de infinito, especial. Es algo tan misterioso como real.

Decía que mayo es un mes de celebraciones porque, además de mi cumpleaños, es el cumpleaños de muchas personas que he ido conociendo a lo largo de mi vida y con las que he llegado a experimentar un tremendo cariño. En mi agenda se colorean los días con esa anotación tan festiva como si fuera una guirnalda decorativa: el 1, el 4, el 5, el 6, el 7, el 8, el 10, el 11, el 13… Y así, hasta acabar el mes, en mi agenda se van encadenando los avisos de cumpleaños.

Tengo una amiga, desde hace un montón de años, con la que me unen unas cuantas aficiones, además del mismo signo del zodiaco. Nos vemos poco porque ella vive en otra ciudad, pero no ha pasado un solo verano desde que somos niñas, que no nos hayamos encontrado en el veraneo del pueblo. Últimamente son pocos los días que nos vemos, pero siempre hacemos lo posible por tener ese encuentro en el que ponernos al día de todo lo ocurrido durante el año. Alguna vez incluso nos hemos visto en otoño o en invierno. Guardo en mi memoria todos esos encuentros con una gran sonrisa porque siempre ha sido una persona muy entrañable, con una conversación inteligente, amena y divertida y con unos detalles de esos que sólo las personas con un gran corazón son capaces de preparar. Es maestra, profe de infantil. Una profe entregada, aunque cuando nos cuenta sus aventuras, siempre se empeña en rematarlas dejando bien claro cuánto, hasta el gorro, está de los críos… pero quienes la conocemos sabemos que no es así, que ella se sentía maestra mucho antes de serlo. Pocas personas he conocido con una vocación tan clara… Con qué orgullo nos enseñaba, aquel sábado de comienzos de enero, los alegres y coloridos ventanales de su cole, desde la calle.

Este verano, que se va abriendo camino poco a poco, mes a mes, no estoy segura de querer que llegue. En cuestión de horas todos los planes con mi amiga, esos que hemos ido afianzando cual pilares de nuestra amistad, aquellos que tenía en mi agenda imaginaria como algo inamovible, de repente se han esfumado, han desaparecido. Ya no habrá más vermús a la salida de la misa del domingo. Ya no habrá más paseos al atardecer, por los huertos hasta la Huerva, o por los campos de girasoles camino a la Venta del Cuerno. Ya no habrá más corazones en el whatsapp porque ya no encontraré más viñetas de Mafalda o de Forges en su foto de perfil… Mi amiga, el corazón de mi amiga, ha decidido no cumplir más años, justo a las puertas de un nuevo cumpleaños. Eso sí, tuvo el detalle de felicitarme el mío, porque ella es así, eternamente detallista y generosa.

Foto de portada, una más de las geniales creaciones de Pinceles de Papel

QUE NO PARE LA MÚSICA

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QUE NO PARE LA MÚSICA

Que no pare la música. Es la frase elegida por un conocido festival de verano del sur de España para promocionar sus actuaciones. Me fijé ayer en un anuncio en la tele. Siempre me ha parecido que este festival, por su enclave o por el precio de las entradas, era un pelín «exclusivo», como para gente guapa y bronceada (y con perricas en el bolsillo). También sospecho que son ese tipo de eventos masivos, con mogollón de gente, por eso el verano pasado cancelaron los conciertos y éste han vuelto a recuperarlos, añadiendo grupos que se vuelven a juntar después de haber partido peras hace ya 20 años… ¡Ay, la nostalgia de los años mozos! A pesar del atractivo de los artistas del programa de este año, definitivamente, no creo que me vean por allí. El verano pasado, sin cierres perimetrales autónomos, cuando todavía podíamos viajar con cierta libertad, disfruté de un par de conciertos, organizados por la diputación de Huesca, en plena naturaleza. No negaré que lo de mantener la distancia de seguridad era un poco extraño en este tipo de experiencia, pero tenía ese otro tono de «exclusividad» al que, en este caso, sí me podría acostumbrar. En uno de esos conciertos, en un valle preciosísimo del Pirineo, en una tarde amenazando tormenta (como es lo habitual en ese lugar), tumbados en mantas color verde esperanza, en medio de un campo sin segar, entendí lo que es disfrutar de verdad de cualquier pequeño momento que nos proporciona la vida.

Como disfruté hace unas semanas volviendo al Auditorio de Zaragoza. Los responsables de este espacio, para apaciguar el miedo de la gente, remarcan constantemente lo de que se extreman las medidas de seguridad. En este caso, casi rayando el exceso, porque ni siquiera dejan sentar juntos a una misma unidad familiar. Una muestra más de que esta pandemia nos ha pillado totalmente descolocados y que nadie tiene la absoluta certeza de que, lo que se está haciendo, se está haciendo del todo bien. Nada nuevo, por otro lado, creo yo. Aún con el inconveniente de la separación, por un asiento, de mi acompañante, he de confesar que volver a escuchar el sonido perfecto de toda una orquesta durante hora y pico, fue un bálsamo para mi alma. Me emocioné desde el minuto uno cuando aparecieron los músicos y comenzaron a afinar sus instrumentos. Hay algo mágico e hipnótico en toda esa ceremonia que hace que los espectadores poco a poco vayan callando y se haga el completo silencio para que el comienzo del concierto resulte todavía más impresionante. Pensé que mi corazón se salía del cuerpo. Nunca lo había experimentado con tanta intensidad. Creo que las ganas de volver a recuperar este tipo de experiencias tuvieron gran parte de culpa.

Cuenta Alice Sommer, en uno de los documentales que podemos encontrar en la red sobre su longeva vida, que «es muy curioso como la música afecta al alma del ser humano». Así es, Alice. No conozco a nadie que si le preguntas por la banda sonora de su vida no te sepa contestar. Ya desde pequeñitos, siendo todavía bebes, seguro que alguien nos ha mecido alguna vez al son de una nana. Luego llegan los dibujos animados. Los de mi generación recordarán fácilmente la sintonía, e incluso la letra, de los Viajes de Willy Fog, la Abeja Maya, D’Artacan, Sanchooooo-Quijote, Quijote-Sancho…. ¿Y en la adolescencia? Ahora, con Spotify, es facilísimo bucear y bucear descubriendo nuevos géneros pero antes de esta plataformas también lo hacíamos, hasta encontrar aquello con lo que más nos identificábamos. A lo largo de la vida cambian nuestros gustos musicales, o no. Lo que está claro es que la música nunca deja de acompañarnos. Anuncios en la tele, series, películas… ¿Quién no canturrea o silba cuando está haciendo las faenas domésticas o laborales, bajo la ducha o, simplemente, caminando? El cuerpo y la mente nos pide desconectar de nuestros problemas o preocupaciones y entonces nos viene una canción a la cabeza y comenzamos a canturrearla sin darnos cuenta. Puede que luego veamos esos asuntos anteriores de otra manera, o no, pero seguro que por un momento hemos sentido alivio. Sí, Alice, a través de la música es más fácil llegar al bien.

Os dejo con Alice y su interesante charla. Alguna que otra vez ya he contado por aquí mi particular afición por escuchar lo que nos tienen que decir las personas centenarias. Su sabiduría es realmente inspiradora. Tomaros vuestro tiempo, respirar hondo y escucharla. No tiene desperdicio. Luego me contáis.

La foto con la que ilustro este post la saco del Facebook del Festival Sonna Huesca y corresponde al concierto del 15 de Agosto de 2020. Los músicos, Fetén Fetén. Se llaman así, aunque también me parecen ¡fetén, fetén!

CALIFORNIA

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CALIFORNIA

Recuerdo cuando murió Diana de Gales. Estaba de vacaciones en Andorra. Despertamos en el hotel y, con la tele de fondo mientras nos aseábamos, nos enteramos de la noticia. Ese día salíamos de excursión a visitar los pueblos cercanos al otro lado del Pirineo. Recuerdo pasear por una calle estrecha y la puerta abierta de una peluquería desde la que salía la voz de la televisión francesa con la noticia del choque del coche de la princesa en aquel túnel de París. Al lado había una panadería donde entramos a comprar unas baguettes para los bocatas de ese día. Diana no pudo escapar de los paparazzi como nosotros de la noticia. Cuando murió Aretha Franklin estábamos de vacaciones en Cantabria. Era la última tarde por aquellas tierras. Al día siguiente volvíamos a casa. Paseando por el puerto de Santoña recuerdo perfectamente aquel yate desde el que sonaba su carismático «Respect», en plan homenaje, imaginé. De repente cambió el tiempo, comenzó a llover y tuvimos que refugiarnos en un restaurante cercano con olor a anchoa.

Cuando saltó la noticia de la muerte de Kobe Bryant era domingo y estaba acabando de preparar las maletas. Al día siguiente salía nuestro vuelo Barajas-Los Angeles. Esto fue el año pasado, hace justo un año. Anda que no hemos recordado veces ese viaje durante los meses siguientes. Sobre todo porque si hubiéramos elegido la opción B que era ir a ver el musical de Sting en marzo a San Francisco, lo hubiéramos tenido que cancelar. Esta vez estuvimos acertados y elegimos el sobre correcto. Nos llevamos el apartamento en Torrevieja (digo, Santa Mónica) en lugar de la Ruperta.

Del viaje a California recuerdo el altarcillo en memoria de Kobe a la entrada del Teatro Chino, donde las huellas de las estrellas de Hollywood. Como todos los turistas que ese día andábamos por allí, coleccionando estrellas, yo también encendí una vela y recé una pequeña oración por su eterno descanso. También firmamos en un libro de condolencias expuesto junto a una figura a tamaño natural del jugador. ¿Llegaría ese libro a su familia o simplemente formaba parte del decorado «turístico»? Eran los días previos a la ceremonia de los Óscar y empezaba a estar todo el Paseo de la Fama lleno de andamios por lo que no pudimos llegar a fotografiarnos junto a la estrella de Antonio Banderas. La muerte de Kobe la tuvimos presente durante todo el viaje, desde el cartel luminoso, durante el trayecto desde nuestro motel al Pier, a la altura del campo de futbol americano del High School Santa Mónica, alternando la cara de Kobe con la frase «Kobe rest in peace» a los rótulos de los autobuses de L.A. que cambiaban el número de línea por su nombre, «KOBE», en mayúsculas.

Esos días, además de que la marmota Phil predecía en Punxsutawney cuánto tiempo le quedaba al invierno, también tuvo lugar la Super Bowl. Es un país tan, tan grande que te puedes encontrar todos esos eventos a la vez. Vimos la actuación de J.Lo. y Shakira en la tele, tumbados en la cama de la habitación del motel, y luego ya salimos a dar el penúltimo paseo por el Downton and 3rd. Street Promenade buscando una hamburguesería distinta para completar nuestro particular ranking de hamburguesas. Ese día elegimos la típica, típica, con los asientos de skay rojo, las banquetas de la barra también rojas y el resto de decoración en barras blancas y rojas como la bandera americana. En el local de al lado habían sacado una tele gigante a la entrada y vimos cómo ganaban los Kansas City Chiefs. Mientras escribo esto ya no recuerdo contra quien jugaban. Lo he tenido que buscar. Como decía el gran Luis Aragonés, del segundo no se acuerda nadie. Creo que este año han vuelto a llegar a la final, aunque el entendido en la NFL es mi hermano. A nosotros lo que realmente nos gusta es el super show musical.

Del viaje a California también recuerdo el café que nos tomamos haciendo tiempo antes de entrar a la visita guiada de los Warner Studios. Recuerdo que había un dibujo colgado en la pared de un extraño músico que a mí me recordaba un poco la cara el Ecce Homo de Cecilia, la de Borja. Entramos justo cuando acababa su actuación un blues man, a guitarra y voz… No pudimos disfrutar de su música pero el café, en taza, estaba muy bueno. Luego pasamos toda la tarde recorriendo los estudios. Los almacenes y las calles con decorados familiares de películas y series. Entramos en el Club Lux con el piano de Lucifer pero sin su protagonista tocándolo. No pude evitar rozar levemente el buzón de los Johnson de Los Puentes de Madison, me emocioné con el rótulo del Bar de Rick de Casablanca, me fotografié en la mesa del presidente del Ala Oeste, hablando desde el teléfono rojo, contemplamos a través de una vitrina la guitarra de Phoebe de Friends y, finalmente, hicimos como que nos tomábamos un café en el Central Perk en el mismo sofá donde, temporada tras temporada, se sientan sus protagonistas haciéndome reír siempre que la vuelvo a ver.

En el viaje a California también fuimos carcajada en off en una de las sitcom actuales. Aquí un momento del capítulo de ese día. Tras 2 horas de cola conseguimos entrar de público en el rodaje y así conocimos celebridades como la simpática Rita Moreno, actriz secundaria en West Side Story, papel por el que recibió un Óscar, o Norman Lear, el creador de la serie original de los años 70. La de ahora es un remake y resulta que precisamente ese día se acercó a la grabación y le recibieron como si fuera el mismísimo Dios. Cosas de Hollywood.

De mi memoria rescato hoy el largo paseo desde nuestro barrio en Santa Mónica hasta Venice Beach, la ida atravesando calles y más calles con un interminable muestrario de la diversa arquitectura de casas unifamiliares de la zona y la vuelta por el paseo marítimo, con la imagen típica de gente guapa y deportista esculpiendo sus cuerpos al sol de finales del enero californiano. Ni lo sé cuántos kilómetros a pie hicimos ese día. También recuerdo los rascacielos del centro de negocios de la ciudad de L.A. ¡Menudo contraste con la imagen anterior! Y la ilusión que me hizo encontrar la biblioteca pública, un edificio con una torre muy peculiar en medio de los rascacielos, y el mal cuerpo que se me quedó cuando vi que uno de los libros que devolvían era una especie de enciclopedia de armas de fuego.

La visita a la Villa Getty en Malibú y la videollamada que hicimos desde allí a casa enseñando las Converse que me compré el día anterior en un enorme outlet. La visita ese mismo día al Getty Center, donde también me hizo ilusión encontrar expuesto un cuadro de Goya. Los almuerzos en el Rae’s Restaurant. La fila para coger el autobús que nos subía al Observatorio Griffith y la exclamación de la señora, cuando nos dimos un beso, en medio de la foto que le pedimos, con las luces de la ciudad de fondo. Esa otra señora, típica americana, compañera de asiento en el mini-concierto de Sting después del musical, queriendo ser amable y diciéndome que le encantaba mi bolso…

Cuando un maldito virus, además de arrebatarnos a demasiadas personas en todo el mundo y meternos el miedo en el cuerpo, no nos deja viajar con libertad, tenemos que tirar de recuerdos y eso es lo que he hecho yo esta tarde. Espero que os haya gustado.

BESOS CON MASCARILLA

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BESOS CON MASCARILLA

Se acaba 2020. El año en el que he aprendido a dar besos con una mascarilla por medio… Bueno, realmente, dos mascarillas por medio. No es lo mismo, desde luego, pero lo que importa es el impulso, el deseo. Y si una vez metidos en el ascensor, JL y yo, volviendo a casa juntos, nos sale darnos un beso, porque sí, porque nos queremos, pues nos lo damos con la mascarilla puesta, porque ya nos hemos acostumbrado a no quitárnosla hasta que estamos dentro de casa. No ha sido fácil llegar hasta aquí. A quien me lea se le ocurrirán mil detalles más… Los míos me los guardo y seguro que al leerme pensarás en los tuyos propios… Ahí se quedan. Sigamos con el hilo de la mascarilla.

En marzo tuvimos que aprender todo, a saber cómo ponerlas, a saber qué lado era el bueno, a ajustarla bien a la nariz…. Bueno, hay gente que todavía no ha aprendido y la sigue llevando debajo de la nariz, que es como si no la llevara… Como decía mi querido, y siempre recordado, amigo Marco: «selección natural»… Yo no soy así pero es que, cuando ves según qué imágenes por la calle, como los contenedores a rebosar de basura al día siguiente de Navidad o las mascarillas utilizadas tiradas por el suelo, cada vez tengo más dudas sobre si la humanidad, así, en términos generales, tiene remedio…

El caso es que aquí estamos. Hemos llegado a este fin de año en el que todo el mundo estamos de acuerdo en algo, en que deseamos que acabe cuánto antes, cuando ni siquiera sabemos lo que nos pueda deparar el que viene, como bien me decía ayer mismo mi hijo J. Pero la ilusión y la esperanza ahí siguen. Siempre se desea que el futuro sea un poco mejor que el presente, aunque luego nos demos de bruces con la realidad. Lo extraordinario de este año es que ese sentimiento lo hemos tenido todo el mundo a la vez… En la vida de cualquier persona tocan años mejores y peores. Yo misma no hace tanto, y si rebusco en el fondo de este blog que ya tiene unas cuantas páginas escritas, seguro que encuentro esas despedidas de año que acumulan un importante deseo de dejar atrás momentos malos pero a la vez mantienen la ilusión por lo bueno que esté por llegar.

Carpe diem. Cada vez lo tengo más claro. Disfrutemos del presente, de las cosas sencillas, de las risas alrededor de una mesa con tu pequeña familia reunida un año más, con pcr’s negativas por medio y miles de anécdotas que contar. Compartamos mensajes a través de WhatsApp o hagamos video-llamadas. En grupos antiguos y nuevos, porque siempre hay caminos por recorrer y en esos miles de caminos e incluso cruces de caminos, siempre encuentras y reencuentras gente con la que descubres alguna conexión que hace que te acuerdes de ella para felicitar y desear una Feliz Navidad.

Y a pesar de lo que decía en el segundo párrafo sobre el futuro de la humanidad, necesito creer y reivindicar aspectos importantes de nuestra sociedad como es la ciencia. Necesito creer en esas personas generosas e inteligentes que estudian e investigan, en unas condiciones laborables difíciles e injustamente poco valoradas, para buscar antídotos que hagan frente a los malditos virus que hacen que todo, absolutamente todo, se paralice y, lo peor de todo, que matan millones de personas en todo el mundo antes de tiempo. Y quiero que llegue ese pinchazo que me inocule algo de confianza para no tener miedo a contagiar… Porque a mí, si me paro a pensar, lo que de verdad me aterroriza es llegar a contagiar… Por eso me contengo y no le doy ese abrazo a mi madre que tantas ganas tengo de darle y lo sustituyo por una mirada cargada de amor y gratitud, por esa fortaleza que nos demuestra día a día y por ser la madre más maravillosa del mundo.

Y si algo he de contagiar, que sea la alegría de sentirme viva (a pesar de achaques inoportunos), de tener ilusión por seguir caminando y encontrando gente a la que acompañar o de la que dejarme acompañar, de decir sí a planes imprevistos con un buen chocolate con churros por medio, de hablar sin descanso de la última serie que me ha entusiasmado, del último libro que me ha atrapado, de la ya adictiva columna quincenal de Lea o de la última canción que me ha hecho llorar y bailar a la par.

Así que, aunque nos dé cierto repelús al escucharlo y, aunque lo deseamos de corazón, nos lleguemos a sentir un poquito escarmentados… ¡Feliz 2021 y que pronto nos podamos dar todos esos besos y abrazos que tenemos pendientes!

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ERFURT

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ERFURT

Los girasoles y las flores de lavanda. Los jardines en general y a las puertas de las casas en particular. En Erfurt el próximo año va a ser la Buga 2021, como una expo de flores o algo así, me imagino. Debe ser por eso que media Erfurt está en obras. Por un momento pienso en que podíamos haber venido el próximo año pero luego pienso que mejor así. Seguro que al año que viene hay demasiada gente por las calles y terrazas.

Los pajaricos cantando y revoloteando cerca. Ese pajarillo que se acercó a nuestra mesa el domingo por la tarde cuando, recién llegados y tras el chaparrón, nos sentamos a beber la primera cerveza alemana de este viaje.

Las ventanas abiertas, sin aires acondicionados. Hace calor, pero no es tan agobiante como el que nos cuentan que hace en Zaragoza.
Mascarilla solo en las zonas de tránsito. Las camareras te explican en un amable inglés universal que no es necesario que la lleves puesta en la mesa mientras te dejan la ficha en blanco donde reflejar tus datos para rastrear si salta algún caso de covid.
En Erfurt vemos pasar montones de tranvías pero no hace falta coger ninguno. Preferimos pasear, apartándonos todo lo posible cuando nos cruzamos con alguien. Aprovechamos este eventual y particular vacío legal que nos permite reducir el uso de la mascarilla aunque solo sea por unos días. No importa que luego duelan las piernas al subir los cuatro pisos de escalera. Cuenta L que en Erfurt apenas hay ascensores. El edificio más alto que vemos es el de la residencia de la universidad, el que inauguraron el pasado otoño. 10 pisos de altura. En ese sí que hay ascensor. Allí vive Juan Carlos. Ya lo conocíamos por foto. Nada más llegar nos encontramos con él por la calle, corroborando la teoría de que Erfurt es como un pueblo. Es fácil encontrarte alguien conocido en cuanto sales a la calle. Nos ha pasado. En estos días hemos dejado que L hiciera sus multiples despedidas de gente del Erasmus, a las que casi siempre le ha acompañado su hermano, y nosotros hemos ido por otro lado. Cada uno a su rollo. Gente joven por su lado, nosotros por el nuestro… Pues nos hemos encontrado… Como cuando estás en el pueblo en fiestas y te encuentras con tus hijos (o tus padres) sin querer pero es que no lo puedes evitar porque esta ciudad (o este pueblo) es tan pequeño…

Bicicletas. Muchas bicicletas. Aparcadas por todos lados, circulando a fuerte pedaleada o simplemente paseando sujetadas por el sillín con admirable pericia. Martha se aleja con su bicicleta, portando en la cesta la planta que L le acaba de dejar en adopción. Martha ha sido muy simpática. Esa foto que nos ha hecho a los cuatro en el Krämerbrücke seguirá en el móvil de L. Espero que cuando lea este post se acuerde de pasármela. Retiro la mirada cuando se abrazan en la despedida… todos sabemos que enseguida me solidarizo en esto de echar un llorico y el motivo lo requiere, pero no quiero unirme al drama. Debo hacer bien mi papel de madre fuerte…

Conseguir que nos pongan (¡por fin!) un café con hielo como Dios manda después de una buena comida en un restaurante alemán (y no italiano, que aquí abundan mucho) gracias al estupendo blog Cronicas Germánicas. JL es un genio buscando información absolutamente necesaria e imprescindible.

El nudo en la garganta al salir del campo de concentración de Buchenwald. Parece mentira que en medio de ese frondoso y espectacular bosque, verde verdísimo, miles de personas sufrieran la maldad extrema por parte de otras. Camino entre las vitrinas observando los objetos rescatado y/o cedidos por los supervivientes que documentan y dan una cierta idea de lo que en ese mismo lugar sucedió hace ochenta años. Busco entre mis recuerdos lo leído en algún libro o visto en algún documental o película y vuelvo a una reflexión redundante de las mías, similar a la que encontramos en una de las vitrinas… Dicen que no lo sabían pero sí que lo sabían aunque no lo quisieran saber… ¿por qué se consintió todo aquello? ¿y en la actualidad? ¿cuántas atrocidades son igualmente consentidas?…. Basta con mirar para otro lado…

Las librerías. Las librerías de niños. Las librerias que te cuentan un cuento si echas una moneda. La biblioteca. La municipal de Erfurt, a la que no tenemos claro si podemos entrar porque no entendemos el alemán (la importancia de hablar idiomas) pero sospechamos que, por la covid, no va a poder ser. La biblioteca de la duquesa Ana Amalia en Weimar. Otra biblioteca que sufrió un devastador incendio hace no tanto. Creo que me quedan unas 80 paginas para acabar El infinito en un junco. Se quedó en Zaragoza. Igual habla de ella en esas paginas que me esperan a la vuelta.

Concierto en una noche de verano. En la Domplatz. Orquesta sinfónica de Erfurt tocando en un recinto vallado al aire libre aprovechando la larga escalinata, 70 peldaños, que sube a la catedral, actualmente en obras (como media Erfurt). El escenario para la orquesta cubierto con una moderna carpa. El coro en la escalinata y separados por ese metro y medio al que ya nos hemos acostumbrado a guardar allá donde vamos. Entradas agotadas y en la pantalla de fuera solo imágenes de otros festivales. Rodeamos la valla metálica buscando ese punto muerto por el que se puede ver un cachito de escenario, lo justo para ver al director y la soprano e intuir al resto. Es como el gallinero de los antiguos teatros. Allí nos juntamos gente corriente, de cualquier edad y con una cierta pasión por la música. Pieza a pieza nos vamos animando y acabamos dando las pertinentes palmas que marcan la pieza final, la marcha Radetzki, como si volviéramos al 1 de enero, al comienzo de este extraño año. Imaginamos un 2020 ligeramente distinto, sin covid a poder ser.

CATORCE

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CATORCE

Catorce días hace que «Catorce», el nuevo libro de Paula se terminó de imprimir. Me gustan los pequeños detalles, al igual que me gusta jugar con las palabras y los números. Por lo que yo sé, de detalles y palabras Paula va sobrada. Quiero pensar que esa es una de las cosas por las que empatizamos las dos cuando nos conocimos, hace justamente ahora diez años. Ella buscaba una historia que contar en su espacio de los lunes en el Heraldo de Aragón y encontró la mía gracias a una carta al director con la que servidora se desahogada de un desengaño socio-laboral. Es curioso como el tiempo pone todo en perspectiva. Recuerdo que durante aquella entrevista acabó compartiendo conmigo su propia experiencia, su reivindicación sobre la conciliación laboral y la crianza de sus hijas. Tras aquel encuentro ese trauma que yo experimentaba, fruto de mi historia, fue disolviéndose lentamente. Pasaron cuatro años y, no recuerdo muy bien cómo, me enteré que publicaba su primer libro. Lo recuerdo porque coincidió con los inicios de este blog y me lancé a hacerle una pequeña reseña. Ahora me parece una osadía pero, gracias a eso, comenzamos a seguirnos y a leernos en nuestros blogs y comenzamos a tejer una amistad de lecturas y escrituras impregnada de una cierta complicidad ética y social.
Ayer, durante la presentación del libro, jarreaba como hacía tiempo. Utilizo una expresión habitual gracias a mis referentes familiares riojanos. Otra conexión más con Paula. Reyes, la editora, se ilusionaba al comienzo del encuentro entre la escritora y sus lectores adaptando el dicho popular de las novias y que yo voy a aragonizar: «Autora chipiada, autora afortunada». Lo dijo Nacho también, aquello de que la vida había sido generosa con Paula… No deja de ser una constatación de lo que cantaba Jorge Drexler «cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da…» Pues eso. Todos los que, de alguna u otra manera, conocemos a Paula, creo que estaremos de acuerdo en algo, en que ella, en sí misma, es un ser de luz y que, como tal, irradia buenísmo por todos los poros de su piel… y cuando escribe, también.

Tengo la suerte de haber leído ya «Catorce» pero no me atrevo a contar nada más allá de lo que se ha podido decir en las distintas entrevistas de la promoción del libro. La autora habla de su obra como de una novela coral. Confieso que he tenido que buscar lo que significaba, por si acaso lo que suponía no era correcto. Cada vez dudo más de lo que sé o lo que pude aprender en la escuela, pero era lo que imaginaba, una historia contada a través de varios personajes que conocen al protagonista y que, a la vez, cuentan también su propia historia. Una historia que, como la autora explica, podría ser real, pero es inventada. Una historia que acaba por cuestionarnos, por cuestionar la sociedad en que vivimos, que cuestiona muchos mensajes que recibimos a través de las noticias y de las redes sociales, una historia que nos hace pensar porque, como bien definió ayer Paula, la escritura es libertad y, yo añado desde el otro lado, no hay nada que nos haga más libres que la lectura.

Si después de leer esta entrada te animas a leer el libro encontrarás personajes aventureros y soñadores, también personajes comprometidos y sufridores. Según tu edad o experiencia es posible que empatices más con unos que con otros pero me atrevo a decir que ninguno te dejará indiferente. Encontrarás canciones que quizás te suenen o quizás no pero que, por curiosidad, acabarás escuchando e incluso añadiendo a tu playlist de spotify. También encontrarás lugares que, si vives en Zaragoza, seguramente te sonarán pero, además, acabarás viajando a lugares que, como yo, nunca te planteaste visitar pero que, por obra y gracia de la lectura, te da la sensación de que alguna vez incluso pudiste llegar a recorrer. Si eres futbolero, recordarás gestas de algún futbolista conocido y quizás evoques momentos de tu propia historia personal. Incluso a mí, que no llego a la categoría de futbolera, me ha pasado. Es verdad, Paula, el fútbol también forma parte de nuestra cultura, queramos o no. 

Como dice uno de los personajes de esta historia: «si Karim triunfaba en la vida, su éxito compensaría por todos los que se quedaban por el camino». Ojalá la lectura de este libro remueva conciencias que eviten que tantos seres humanos se sigan quedando por el camino.

YO ME QUEDO EN CASA

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YO ME QUEDO EN CASA

Hace una semana, mientras caminaba hacia mi lugar de trabajo, recordaba algunas de las entradas de este blog. Los que os asomáis habitualmente por aquí sabéis que siempre acabo reflexionando en voz alta sobre lo que me gusta y lo que va ocurriendo en mi vida cotidiana. A veces también sueño despierta. Aquella mañana, mientras recorría una de las calles, escuchaba cantar a los pajarillos y me hacía consciente de que pronto la primavera volvería a nuestras vidas.  Esa sensación de calorcito mitigó levemente el miedo que comenzaba a impregnar el ambiente desde hacía días y que finalmente se confirmó con el estado de alarma decretado por el gobierno al día siguiente.

Poco a poco hemos aprendido a quedarnos en casa y a saludarnos desde el balcón con un beso lanzado al aire. Primero fueron las recomendaciones que se multiplicaron a través de los medios de comunicación y las redes sociales, por si la orden decretada por el gobierno no fuera suficiente. Luego ha sido otra multiplicación, la de los casos de coronavirus en nuestra ciudad, en nuestro país y en el mundo entero, lo que finalmente ha acabado por convencernos de que no hay otra manera de acabar con el contagio. Pandemia mundial lo llaman. Suena muy fuerte, pandemia y mundial. Suena realmente serio. Da miedo buscar e interpretar la curva que el ministerio de sanidad actualiza cada día.

Hemos cambiado nuestras particulares rutinas diarias por otras. Se supone que ahora tenemos ese tiempo que muchas veces añoramos, el de hacer cosas que nunca nos da tiempo de hacer. Ordenar armarios, limpiar a fondo el hogar, cocinar bizcochos, jugar y ver pelis en familia… Estamos obligados a un parón forzoso al que la mayoría no estamos acostumbrados. Los que sí han tenido esa experiencia, mayormente por enfermedad o por ausencia de trabajo nos dan consejos: Mantén los horarios, la higiene y la actividad física… En definitiva, mantente ocupado.

La escritora Lea Vélez, escribía hace unos días,«en la crisis, dame algo que hacer». Y eso hemos hecho. Ante la carencia de mascarillas, las máquinas de coser de cientos de hogares se han puesto en marcha. No solo se multiplican los positivos en coronavirus, también las plataformas y acciones solidarias… cuidar a las niñas y niños cuyos progenitores no tienen la opción de teletrabajo, ayudar con las tareas que mandan desde el colegio cerrado, hacer la compra a las personas mayores, acompañarles al médico, llamarles por teléfono para hablar…

Hay quien dice que todo esto nos va a cambiar como sociedad. Incluso que nos va a mejorar. Puede ser. De momento los niveles de contaminación han bajado considerablemente, sobre todo en las grandes ciudades. Eso ya de por sí es un prueba de lo que muchos reclamamos hace ya tiempo, de la importancia de los cuidados entre las personas sin olvidarnos de cuidar nuestro planeta. Y de que sí se puede hacer algo. Yo estos días sigo comprando en la frutería de siempre, nada más bajar la cuesta de mi casa. En Héctor he encontrado un cómplice en esto del cuidado de las personas y del planeta. Abastece el barrio de productos de proximidad y está empeñado en que dejemos de utilizar bolsas de plástico, pero su manera de acostumbrarnos es de una sensatez exquisita. Nada de cambios drásticos. Poco a poco, para que nos vayamos contagiando unos a otros. Porque hay contagios que sí merecen la pena.

¿Y tú? ¿Qué vas a hacer cuando todo esto termine?

 

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Gracias infinitas a mis redes que me han proporcionado fotos de sus pequeños artistas. ¡Sois increíbles!

Y millones de gracias a Pinceles de Papel por regalarme un lettering muy especial con el que presentar este post.

 

 

 

 

 

 

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Cuento en educación y terapia con Claudine Bernardes

Aquí encontrarás cuentos, actividades e investigaciones que promueven la educación y la terapia por medio de la narrativa. Claudine Bernardes es escritora y especialista en cuentos terapéuticos. Docente de narrativa en terapia en la Clínica Escuela del Instituto IASE con sede en Valencia, España.