Sergio cerró la carnicería en el mes de agosto. El otro día pasé por el mercadillo y, cual es mi sorpresa que nos recibió con un puesto totalmente remodelado, más grande, más luminoso… cambio de aires para un nuevo año. Le felicité. En estos tiempos, ver que alguien no sólo no echa la persiana sino que se anima a mejorar y ampliar el servicio es para quitarse el sombrero. Tuvo que coger el testigo de su tío en el negocio familiar hace poco más de un año y ha decidido mimar a su clientela todo lo que pueda y me alegro, por él y por quienes acudimos semanalmente a su puesto. Recuerdo cuando era pequeña y acompañaba a mi madre a comprar al mercado, la especial complicidad que tenían los distintos vendedores y mi madre entre si. Yo, en ese momento, sólo tenía ojitos para mi madre, pero realmente, el resto de las mamas y abuelas (por aquel entonces no recuerdo muchos hombres ir a comprar) tenían esa misma relación. Comunicación, no más. Luego, cuando he empezado a elegir mis propios tenderos, me daba la sensación de que yo era muy joven y ellos muy mayores, con lo cual no llegaba a alcanzar esa misma «complicidad»… hasta ahora. De repente, me he dado cuenta que mi carnicero, mi frutero, mi pescatera y mi panadero son… ¡más jóvenes que yo!
Héctor cogió la frutería que hay cerca de mi casa hace también poco más de un año o dos. Me encanta el nombre que le puso al negocio. El de su hija pero en diminutivo maño. Mi frutero está sacando adelante a su familia ofreciendo al barrio productos de la huerta más cercana. Tomate de Utebo, Borraja de Boquiñeni, Melocotones de Calatorao, Valmuel… Cada vez que paso por la puerta de la frutería nos saludamos a través de la cristalera. Me gusta formar parte de su día a día, me reconforta pensar que gracias a mi fidelidad el puede ver crecer a sus hijos un poco más tranquilo.
Lorena, la pescatera, es una chica joven y guapa que, con su coleta estilosamente peinada y su sonrisa siempre puesta, atiende a la clientela con tanta gracia y desparpajo que, cuando sales de la tienda, llevas sardinas, chipirones, pescadilla… y unas cuantas penas de menos encima.
Raquel y su primo Paco despachan pan, amabilidad y juventud en una céntrica panadería en la calle más comercial de mi barrio. Junto con una amiga, que les ayuda los fines de semana para que ellos se puedan turnar y descansar para ir al pueblo, abrieron este «Despacho de Pan» como reza en el flamante rótulo que da nombre a la tienda. Me encanta el término. Le da un cierto aire de antes, de siempre.
El otro día leía en un periódico que corría por internet otro fenómeno viral esta vez defendiendo el consumo de productos locales, en respuesta al veto ruso a las importaciones europeas… Consiste en hacerse un selfie con una fruta en la boca. Confieso que igual que hemos visto tropecientos famosos lanzarse el cubo de hielo por encima, todavía no he visto a ninguno comiéndose un melocotón de Calanda… Posiblemente no resulte tan divertido e incluso atractivo, pero no saben lo que se están perdiendo.
Carmen, escribes muy bien. Sigue describiéndonos las cosas igual que hasta ahora.
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A mí también me gusta conocer los nombres de los tenderos de mi barrio. Y que ellos conozcan el mío, que nos preguntemos por las vacaciones, por la vuelta al cole, por mi libro, por su obra de teatro (Amor, de nuestra charcutería, es actriz), que les regalen caramelos a las chicas… ¡Ah, y me gusta la idea del selfie con el melocotón de Calanda!
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