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QUE NO PARE LA MÚSICA

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QUE NO PARE LA MÚSICA

Que no pare la música. Es la frase elegida por un conocido festival de verano del sur de España para promocionar sus actuaciones. Me fijé ayer en un anuncio en la tele. Siempre me ha parecido que este festival, por su enclave o por el precio de las entradas, era un pelín «exclusivo», como para gente guapa y bronceada (y con perricas en el bolsillo). También sospecho que son ese tipo de eventos masivos, con mogollón de gente, por eso el verano pasado cancelaron los conciertos y éste han vuelto a recuperarlos, añadiendo grupos que se vuelven a juntar después de haber partido peras hace ya 20 años… ¡Ay, la nostalgia de los años mozos! A pesar del atractivo de los artistas del programa de este año, definitivamente, no creo que me vean por allí. El verano pasado, sin cierres perimetrales autónomos, cuando todavía podíamos viajar con cierta libertad, disfruté de un par de conciertos, organizados por la diputación de Huesca, en plena naturaleza. No negaré que lo de mantener la distancia de seguridad era un poco extraño en este tipo de experiencia, pero tenía ese otro tono de «exclusividad» al que, en este caso, sí me podría acostumbrar. En uno de esos conciertos, en un valle preciosísimo del Pirineo, en una tarde amenazando tormenta (como es lo habitual en ese lugar), tumbados en mantas color verde esperanza, en medio de un campo sin segar, entendí lo que es disfrutar de verdad de cualquier pequeño momento que nos proporciona la vida.

Como disfruté hace unas semanas volviendo al Auditorio de Zaragoza. Los responsables de este espacio, para apaciguar el miedo de la gente, remarcan constantemente lo de que se extreman las medidas de seguridad. En este caso, casi rayando el exceso, porque ni siquiera dejan sentar juntos a una misma unidad familiar. Una muestra más de que esta pandemia nos ha pillado totalmente descolocados y que nadie tiene la absoluta certeza de que, lo que se está haciendo, se está haciendo del todo bien. Nada nuevo, por otro lado, creo yo. Aún con el inconveniente de la separación, por un asiento, de mi acompañante, he de confesar que volver a escuchar el sonido perfecto de toda una orquesta durante hora y pico, fue un bálsamo para mi alma. Me emocioné desde el minuto uno cuando aparecieron los músicos y comenzaron a afinar sus instrumentos. Hay algo mágico e hipnótico en toda esa ceremonia que hace que los espectadores poco a poco vayan callando y se haga el completo silencio para que el comienzo del concierto resulte todavía más impresionante. Pensé que mi corazón se salía del cuerpo. Nunca lo había experimentado con tanta intensidad. Creo que las ganas de volver a recuperar este tipo de experiencias tuvieron gran parte de culpa.

Cuenta Alice Sommer, en uno de los documentales que podemos encontrar en la red sobre su longeva vida, que «es muy curioso como la música afecta al alma del ser humano». Así es, Alice. No conozco a nadie que si le preguntas por la banda sonora de su vida no te sepa contestar. Ya desde pequeñitos, siendo todavía bebes, seguro que alguien nos ha mecido alguna vez al son de una nana. Luego llegan los dibujos animados. Los de mi generación recordarán fácilmente la sintonía, e incluso la letra, de los Viajes de Willy Fog, la Abeja Maya, D’Artacan, Sanchooooo-Quijote, Quijote-Sancho…. ¿Y en la adolescencia? Ahora, con Spotify, es facilísimo bucear y bucear descubriendo nuevos géneros pero antes de esta plataformas también lo hacíamos, hasta encontrar aquello con lo que más nos identificábamos. A lo largo de la vida cambian nuestros gustos musicales, o no. Lo que está claro es que la música nunca deja de acompañarnos. Anuncios en la tele, series, películas… ¿Quién no canturrea o silba cuando está haciendo las faenas domésticas o laborales, bajo la ducha o, simplemente, caminando? El cuerpo y la mente nos pide desconectar de nuestros problemas o preocupaciones y entonces nos viene una canción a la cabeza y comenzamos a canturrearla sin darnos cuenta. Puede que luego veamos esos asuntos anteriores de otra manera, o no, pero seguro que por un momento hemos sentido alivio. Sí, Alice, a través de la música es más fácil llegar al bien.

Os dejo con Alice y su interesante charla. Alguna que otra vez ya he contado por aquí mi particular afición por escuchar lo que nos tienen que decir las personas centenarias. Su sabiduría es realmente inspiradora. Tomaros vuestro tiempo, respirar hondo y escucharla. No tiene desperdicio. Luego me contáis.

La foto con la que ilustro este post la saco del Facebook del Festival Sonna Huesca y corresponde al concierto del 15 de Agosto de 2020. Los músicos, Fetén Fetén. Se llaman así, aunque también me parecen ¡fetén, fetén!

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