El pasado verano me escapé unos días a la playa de Oregón. Una escapada muy particular y especial porque, por primera vez, nuestra familia estaba más desperdigada que nunca. J nos esperaba allí con una amiga y su madre. JL tenía que quedarse en la ciudad, así que éramos L y yo las únicas que viajábamos. Ante tal circunstancia, no creí necesario coger el coche para hacer el viaje. Económicamente, quizás aun viajando sólo dos personas y cinco a la vuelta, habría salido mejor coger el coche, pero también me gusta valorar otras cosas y creí que era una buena ocasión para aprovechar el transporte público. Lo primero que recuerdo es que a mi amiga le extrañó mi decisión de no optar por la «comodidad» de mi propio coche Lee el resto de esta entrada